La sustancia, la rabia y la maduración de “Exterminio: La evolución”

Qué maravilla ha resultado ser “EXTERMINIO: LA EVOLUCIÓN”, tercer largometraje de la saga que inició en 2002 bajo la dirección de Danny Boyle y la pluma de Alex Garland. La dupla de director y guionista ha vuelto para esta fantástica secuela que no tiene desperdicio. Lo que tiene es voracidad, peligro y un sustancioso entramado de emociones. Porque esta tercera “Exterminio” es más que una peli de “zombies”, más que un drama distópico posapocalíptico, más que una distopía pandémica… es un relato sobre el fin de la infancia y una reflexión sobre la mortalidad.

Han pasado 28 años desde que el virus que infecta a la gente de una rabia incontrolable se esparció por todo el Reino Unido. La civilización como la conocíamos ha terminado y los tejidos social, económico y cultural están hechos jirones. Sin embargo, en una isla hay una comunidad que se las ha apañado para vivir en paz.

A manera de rito de iniciación, un hombre (Aaron Taylor-Johnson) que vive en ese santuario decide llevar a su hijo (Alfie Williams) al continente por primera vez. La situación detonará una serie de eventos que harán que el chico decida volver a tierra firme por su cuenta, pero ahora acompañado de su mamá, quien está gravemente enferma. ¿Por qué? Porque el jovencito ha escuchado que hay un doctor (Ralph Fiennes) que podría sanar a su madre. Pero para llegar con el médico, claro, hay que cruzar por el territorio de los infectados, los cuales han evolucionado y se han adaptado al entorno.

Boyle, quien en su filmografía cuenta con cintas como “Trainspotting” o “Tumba al ras de la tierra”, se rehúsa a volver a contarnos un relato directo de supervivencia, o sobre la debacle de la sociedad o una aventura de humanos contra zombies. El realizador inglés eleva su apuesta, pues “Exterminio: La evolución” es una película de maduración, un coming-of-age doloroso y descarnado sobre los eventos que nos hacen cruzar el umbral que separa la niñez de la adolescencia.

Sí, es una película sobre el adiós a la inocencia. Nuestro joven protagonista tendrá que aprender lecciones de vida (que no habilidades prácticas de supervivencia) si quiere ser capaz de seguir adelante en el mundo agreste en que le ha tocado vivir.

Por otro lado, el cineasta explora la mortalidad humana como una de las pocas realidades inequívocas y universales: todos nos vamos a morir algún día. La muerte se manifiesta no sólo en la forma de zombies que pueden morderte o partirte en pedazos, sino de manera metafórica: la muerte del cuerpo y la muerte del alma. Boyle utiliza los hilos de la maternidad y la paternidad para bordar el camino que seguirá nuestro héroe.

Tras entregarnos un filme tan entero, es natural sentir emoción por las películas futuras que ya se han confirmado dentro de esta saga. Queda claro que la nueva “Exterminio” funciona bien porque está apuntalada sobre lo que ya habían logrado sus antecesoras: mostrarnos que el mejor cine de género es el que sabe que en las fantasías más horrorosas siempre caben el discurso humano y la reflexión social. Todas han sido piezas donde la humanidad es clave.

Para los curiosos, además, hay un aspecto técnico interesante: la película fue filmada con un iPhone. Siento que podemos decir que ésta es, desde ya, la película más ambiciosa (en plan “gran producción”) que se haya rodado con un celular.
En fin, esta pieza es de lo mejor de Boyle, quien muestra su dominio absoluto sobre el lenguaje fílmico. El filme tiene momentos sumamente inspirados, profundamente emotivos e, incluso, elegantes. Lo sé, la palabra “elegancia” no es algo que se suela escuchar respecto al cine de zombies. Pero creo que notarás a qué me refiero cuando la veas.
Y, ojo, porque “Exterminio: La evolución” va que vuela para consagrarse entre las mejores cintas de género del año.