Pues sí, James Gunn lo logró: su versión de “Superman” es un nuevo comienzo… y con alma propia. Su lectura es fresca, explosiva, divertida y profundamente consciente del peso simbólico que el Hombre de Acero tiene en la cultura pop. Gunn, como buen narrador, entiende que Superman no es un personaje estático: lleva casi 90 años reinventándose, reviviendo, “reseteándose”. Por eso, en lugar de regresar al origen, nos presenta a un Superman ya activo y consolidado en el imaginario colectivo. Gunn asume —sabiamente— que ya conocemos a su Superman, porque, en efecto, todos entendemos la “idea” de Superman.
Dicho esto, la película no tiene que presentarnos quién es el personaje principal, sino algo más profundo: para quién lucha. Tras intervenir en un conflicto armado (una guerra que también es una invasión), la opinión pública se divide: ¿Superman es un instrumento político o un verdadero defensor del bien común? Mientras enfrenta esa crisis de imagen, Lex Luthor inicia su cruzada más feroz contra él. Así, la cinta se adentra en un terreno político, explorando temas como el intervencionismo, la migración, la xenofobia, la identidad y los límites del poder.
No obstante, aunque el enfoque es político, el tono general del filme recuerda más al Superman de Richard Donner: es grandilocuente, colorido, hiperbólico, y se asume como una historieta en movimiento. Tiene el “savoir faire” del buen cine comercial y abraza la cursilería como vehículo de esperanza. El entretenimiento es prioritario, pero no superficial.
El elenco responde con creces. David Corenswet se apropia del papel con naturalidad y sin repetir a sus antecesores. Rachel Brosnahan, Nicholas Hoult, Isabela Merced y Nathan Fillion también entregan buenas interpretaciones. Mención especial para Krypto, el superperro, que roba cámara y se robara tu corazón. ¡Súper estrella!
Si hay algo que, a título personal, yo le reprocharé, es que toca temas muy actuales —como los conflictos geopolíticos, las migraciones o el uso del poder militar— sin profundizar demasiado. Todo queda en guiños, referencias pop reconocibles, más que en posturas firmes sobre la importancia de la acción colectiva. En ese sentido, Gunn cae en el lugar común de la narrativa mesiánica: para mí, ya está desgastado el discurso del “gran salvador”, tan frecuente en el cine estadounidense, donde un individuo extraordinario resuelve los problemas colectivos. Superman, cuando es más que un mesías, funciona mejor: cuando nos inspira a todos, cuando se vuelve parte de la comunidad.
Aun con eso, este primer paso del nuevo DCU es sólido. Si bien no revoluciona el género, sí lo refresca. Tiene espíritu, ritmo y corazón. Es cine de superhéroes que entretiene, emociona y hace que el personaje vuele alto como un pájaro, como un avión. Y eso, en un panorama desgastado para el género, ya es un triunfo.