Me habría gustado que en el sexenio anterior los expresidentes, por lo menos los de este siglo, fueran juzgados y sin duda condenados por toda la corrupción en la que, sabemos, participaron, porque incluso si se dicen ignorantes de los delitos comprobados en algunos de sus colaboradores, eso no los exime de responsabilidad alguna, al contrario. Y claro que no creemos que no sabían. No fue entonces, pero podría ser ahora.
El caso emblemático de “yo no tenía idea” es el de Felipe Calderón y su mano derecha Genaro García Luna (¿quién era el jefe?). Si no tenía idea, hasta podríamos pensar que él ha sido el peor presidente de todos los tiempos en México, peor que Anastasio Bustamante, que Antonio López de Santa Anna y que Victoriano Huerta, negligentes y traidores a la patria.
García Luna cumple una condena de casi 40 años en Estados Unidos y muchos hemos deseado y deseamos que la justicia alcance a quien se pasea en yate en aguas europeas y se placea en congresos y reuniones de grupos y partidos de ultraderecha.
Habría que ir también por Vicente Fox por supuesto, más Marthita y sus hijos. Con sus promesas llevó a la mayor parte de los mexicanos a acariciar la idea de un gobierno distinto, una ruptura total con el antiguo régimen y mejores tiempos para una nación que ha pasado por tantas injusticias y abusos infringidos por sus propios gobernantes. Pero no, fue más de lo mismo con el agravante de la degradación de la práctica política, el ascenso del mal gusto, la vulgaridad y las sucesivas omisiones cuando se trataba de abatir rezagos en todos los ámbitos de la vida nacional: economía, educación, salud, seguridad… En educación, por ejemplo, lejos de recuperar el tiempo perdido hubo marcados retrocesos como la supresión de la enseñanza de valores cívicos y de filosofía (qué le podía importar a un adalid del capitalismo a ultranza).
Con todo, por lo menos en redes y en medios de comunicación han sido exhibidos; y no había escapado de este escrutinio Enrique Peña Nieto, el último presidente que salió de las filas del PRI, pero sólo fue por poco tiempo y con un mayor énfasis en sus errores y lapsus (su inglés, el “5 no, menos, 10”; los libros que no leyó o no supo si leyó o no; “ya sé que no aplauden” y un largo etc.).
Mucha risa, pero nada concreto contra los casos de corrupción que se documentaron durante su administración: la estafa maestra y los 450 millones de dólares de dinero público perdidos, seguramente gastados y depositados en unas cuantas y privilegiadas cuentas. Rosario Robles, exsecretaria de Desarrollo Social, estuvo en la cárcel por este asunto (se sabe que Peña le dijo que no se preocupara) pero luego fue liberada por un Poder Judicial corrupto que se espera empiece a cambiar a partir del próximo septiembre.
Muy similar al caso de Emilio Lozoya Austin, bajo prisión domiciliaria por la misma forma corrupta de operar de algunos jueces y porque dizque “coopera” con las autoridades revelando detalles del caso Odebrecht que implica –por si alguien no se acuerda– sobornos desde Pemex cuando fue director de la paraestatal en la administración de Peña. Lozoya está acusado de corrupción, lavado de dinero, tráfico de influencias y delincuencia organizada. Nada más y nada menos. Solamente por estos dos casos, estafa maestra y Odebrecht, el priista Francisco Labastida Ochoa despotricó en una entrevista contra Peña Nieto y afirmó que ese presidente fue una desgracia para el PRI.
Aparte, no podemos olvidar el drama y exceso de la Casa Blanca (alrededor de ocho millones de dólares), las contrataciones con conflicto de intereses con empresas como OHL (por el escándalo fue vendida y cambió de nombre) o aquella china que construiría la línea ferroviaria México-Querétaro.
La lista podría seguir y seguramente hay mucho que se desconoce, tapado convenientemente por otros corruptos. Sin embargo, las noticias recientes –quizá peco de optimista, pero igual lo deseo– podrían ser un signo, una señal, de que hay posibilidades (más que antes) de que se haga justicia.
Primero fue la reaparición de Peña en un documental sobre el aeropuerto cancelado en Texcoco y, con notas de antier, las inundaciones de los restos de la terminal aérea que, por fortuna, y lo estamos viendo, se cambió de lugar.
Y luego, hace una semana más o menos, se publicó en un periódico israelí, “The Marker”, que Peña Nieto recibió sobornos por 25 millones de dólares de los dueños del software conocido como Pegasus, diseñado para espiar. Los empresarios Avishai Neriah y Uri Ansbacher habrían entregado esa cantidad a cambio de contratos exclusivos con el gobierno de México en la administración 2012-2018. Claro que el expresidente, uno de los peores, lo negó todo de inmediato y rotundamente.
Todos estos expresidentes cometieron agravios contra el pueblo de México y eso debería tener repercusiones ejemplares; la reaparición reciente de Peña abre apenas una rendijita de esperanza. Hasta ahora no hemos visto que se llegue hasta las últimas consecuencias en las investigaciones y se finquen responsabilidades, no hemos visto que se haga justicia pues, a pesar de que, para muchas generaciones afectadas por sus abusos y corrupción, por sus omisiones y traiciones, sigue siendo un ferviente deseo.