Durante años ha ocurrido: sacerdotes y obispos de la Iglesia Católica han tenido diálogo y acuerdos con los cárteles del crimen organizado. Esto ha ocurrido claramente con conocimiento de las autoridades municipales, del Estado y del gobierno de la república. Los clérigos, en la mayoría de los casos, han sido mediadores para que los integrantes de los grupos criminales reduzcan su violencia y acepten pactos de no agresión con bandas adversarias.
Sin embargo, lo que han sido hechos aislados, está tomando forma como una nueva disciplina de trabajo.
La Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) que reúne a todos los obispos de México, admitió que en la Universidad Pontificia de México se capacite a sacerdotes de varios estados del país para que con más herramientas, puedan dialogar con los grupos de la criminalidad organizada. En esta institución educativa, esta misma semana, se realizan talleres en los que participan clérigos de entidades federativas como Guerrero, Jalisco, Michoacán, Tamaulipas y Ciudad de México.
Este hecho confronta al país con una realidad concreta: la autoridad surgida del Estado de Derecho ha quedado rebasada por la actividad criminal, y lo que antes pudieron haber hecho algunos sacerdotes y obispos, quizá con buena voluntad y obligados por la realidad de la violencia, hoy se ha sistematizado.
Sobre este punto no se han pronunciado ni la presidenta Claudia Sheinbaum, ni el secretario de Seguridad Ciudadana, Omar García Harfuch.
Pero el tema es de la mayor importancia.
Seguramente para la mayoría de los habitantes de éstas y otras entidades del país, sea válido e incluso deseable la mediación de los sacerdotes y personas de la Iglesia Católica, pero esta intervención para objetivos inmediatos, como frenar extorsiones o asesinatos, ¿debilita a los cárteles en favor del Estado? ¿Frena o prolonga el poder de facto de los líderes criminales? Éstas y otras muchas preguntas podrían plantearse.
¿Hasta dónde, esta actividad poco conocida oficialmente, pero aceptada y sabida por las sociedades más golpeadas por la delincuencia, derivó por ejemplo en la política pública de destrucción de armas en los atrios de las iglesias?
Si de plano la presidencia de la república va a delegar en agentes de la Iglesia este tipo de tareas, porque los clérigos son más capaces o eficientes que los funcionarios gubernamentales o los integrantes de las policías y la Guardia Nacional, debería reconocerse e impulsarse.
La experiencia de clérigos como mediadores ante los cárteles no es nueva. Ha ocurrido en México durante decenios y antes también se presentó en Colombia.
El gobierno federal necesita echar mano de todas las herramientas posibles. Debería conocer, difundir y guiar estos esfuerzos ante que voltear a otro lado y fingir que no sucede porque el concepto del “Estado laico” le impide aceptarlo.