Seis personas muertas y una desaparecida: saldo trágico que dejan, hasta ahora, las lluvias en Jalisco; a excepción del caso ocurrido en Sayula, el total de tragedias corresponde a la Zona Metropolitana de Guadalajara. Vidas perdidas, caos vial, bardas colapsadas y viviendas inundadas son la postal de cada temporal.
En contraste, colonias enteras siguen esperando que el agua potable llegue a sus hogares. El agua que nos sobra y el agua que falta. Las lluvias recientes en Zapopan, Guadalajara y Tlaquepaque no sólo provocaron caos vial y daños materiales, sino que exhiben, una y otra vez, el abandono de la infraestructura urbana y hace que el agua sobre, peor, se pierda a falta de un colector que la almacene para los tiempos de secas.
Las lluvias extraordinarias —como la que dejó 83 milímetros en menos de una hora en Zapopan— evidencian el rezago en colectores pluviales, vasos reguladores y sistemas de drenaje. Los gobiernos municipales responden con conteos de viviendas afectadas, recuentos de vehículos varados o arrastrados y maquinaria pesada para liberar calles. Los efectos se ven; las soluciones estructurales, no.
Por otro lado, está el agua que nos falta. Los niveles de las presas se reportan al 52% en el Lago de Chapala y el riesgo de desabasto persiste en varias colonias del Área Metropolitana. La infraestructura hídrica colapsada y las fugas no atendidas representan pérdidas diarias de miles de litros. La respuesta oficial es apostar a un drenaje profundo o a discursos que promete soluciones a largo plazo, mientras el presente se resuelve con pipas.
No podemos seguir pensando el agua como un problema dividido entre la que cae del cielo y la que no llega a los hogares. Es el mismo problema. Lluvia que no captamos, agua potable que no distribuimos, infraestructura que no modernizamos. La ciudad debe replantear la gestión integral del agua: de las lluvias a las presas, del drenaje a la red hidráulica. Porque el agua que hoy nos sobra es la misma que, si seguimos así, mañana nos faltará.