En nuestro país, en Jalisco, en la ciudad, en la colonia, en la calle, en el hogar, en la familia, con los hijos y en cada persona, nadie está realmente protegido, nadie se siente seguro ni vive con confianza.
Quien sabe que la violencia puede irrumpir en cualquier momento, vive bajo amenaza y temor. Hay puertas que no contienen el miedo, hay paredes que no protegen, hay vigilancias que son pura apariencia. Vivir bajo amenaza no es un concepto abstracto: es un estado mental, una forma de sentir y pensar que termina moldeando la vida entera.
Cuando la inseguridad deja de ser un dato y se convierte en atmósfera, el daño trasciende lo físico. Se filtra en cómo planeamos el día, en los recorridos para ir a trabajar, en las conversaciones con los hijos antes de salir, en el aviso obligado de “ya llegué” que se vuelve casi ritual. Las personas reorganizan su existencia para sobrevivir, pero al mismo tiempo pierden libertad, confianza y tranquilidad. Así funciona el miedo cuando se instala como costumbre: neutraliza, disciplina, hace que lo intolerable parezca inevitable.
Bajo ese peso, la sociedad se repliega. Lo comunitario cede terreno y crece el sálvese quien pueda. Se rompen lazos de solidaridad, disminuye la participación, se debilita la capacidad colectiva para exigir, vigilar y defender lo que nos pertenece. Se vive con menos proyectos, con menos iniciativa ciudadana. Es un país que opera a medias porque sus habitantes caminan con la mirada fija en el peligro.
Quien gobierna no siempre comprende esta dimensión. Muchos líderes hablan de estadísticas o estrategias, pero rara vez se detienen a pensar lo que significa vivir sometido a la amenaza.
La violencia no solo se mide en muertos, secuestros o extorsiones; también en el daño emocional, en la sospecha constante, en el estrés que se hereda y en el duelo que se acumula sin funerales. Es una herida colectiva que sigue ahí cuando pasan las patrullas o cuando las redes muestran asesinatos y mujeres desaparecidas.
Los gobiernos de Morena y de Movimiento Ciudadano no solo han demostrado su inutilidad: se han convertido en un estorbo social. Ni pueden, ni sirven. Han reducido el drama de vivir bajo amenaza a simples cifras y operativos, sin entender que el daño más profundo está incrustado en la mente, el cuerpo y el ánimo de millones que temen por sí mismos o por quienes más aman. Han fallado porque no entienden —o no les importa— el verdadero costo de este temor cotidiano.
¡Hace falta que los partidos en el poder se dejen de chingaderas! Se necesita entender y atender la seguridad a fondo. Se requieren líderes con otra actitud, con carácter para enfrentar la realidad sin maquillarla y congruencia para poner primero a las familias, no a las encuestas. Líderes que sepan que el miedo no se combate con montajes mediáticos, sino con instituciones sólidas y autoridades valientes. Eso es precisamente lo que Acción Nacional ha defendido siempre: un país con leyes claras, gobiernos responsables y ciudadanos que puedan vivir sin temor.
Morena y Movimiento Ciudadano no pueden tapar la verdad que todos vivimos: un país que ya no es libre, convertido en una sociedad en decadencia. Ya basta de tolerar gobiernos que juegan con el miedo mientras a ti te toca encerrarte temprano, reforzar puertas, subir al autobús cuidándote de todos y avisar que llegaste vivo. Si seguimos premiando a quienes, con su ineptitud y complicidad, han sido parte de este terror, estaremos condenados a perder nuestra paz. El verdadero cambio empieza cuando decidimos dejar de reforzar el poder de quienes han hecho del miedo su mejor herramienta.
Nueva actitud, mejor PAN. #SeTrataDeTi