En México, el debate sobre el costo de vida ha ido cobrando fuerza, sobre todo a partir del fenómeno de la gentrificación en la Ciudad de México. Sin embargo, lo que pocos reconocen es que Guadalajara no se ha quedado al margen de esa tendencia. La llamada “Perla Tapatía”, que alguna vez fue símbolo de vida accesible con calidad, hoy aparece entre las ciudades más caras del país para vivir. Y lo más preocupante es que ese encarecimiento se ha acelerado en los últimos años, afectando no solo a quienes desean mudarse a la ciudad, sino sobre todo a quienes ya viven en ella.
El precio de las rentas es quizá el síntoma más visible. Zapopan encabeza la lista de los municipios con renta promedio más alta en Jalisco, con cifras que pueden superar los 28 mil pesos mensuales. En el Centro de Guadalajara, lo que antes era vivienda accesible se ha transformado en departamentos remodelados que ahora son inaccesibles para buena parte de la población joven, desplazada por la llegada de nuevos desarrollos habitacionales que privilegian el turismo, los nómadas digitales o simplemente la inversión inmobiliaria. El fenómeno no es nuevo, pero ha alcanzado niveles preocupantes. Hoy, un joven con un ingreso promedio de 9 mil pesos mensuales apenas puede aspirar a rentar una habitación básica, y eso sin contar alimentación, transporte o servicios.
La movilidad tampoco se queda atrás. Aunque el sistema de transporte público ha mejorado en cobertura, su costo es ya comparable al de la capital del país, con tarifas que rondan los 10 pesos por viaje y abonos mensuales que superan los 500. En algunos rubros, como el transporte privado o el costo por kilómetro en taxi, Guadalajara es incluso más cara que la Ciudad de México, según datos de plataformas como Numbeo o Expatistan.
Los estudios lo confirman: vivir en Guadalajara cuesta hoy hasta 15% más que en otros centros urbanos en categorías como ropa, servicios o alimentos. Comer fuera de casa, por ejemplo, es más caro aquí que en la capital del país. Y aunque el salario mínimo ha aumentado, los precios lo han hecho a mayor velocidad, generando una percepción generalizada de que vivir dignamente en la ciudad se ha vuelto un privilegio reservado para unos cuantos.
Lo que está ocurriendo es una reconfiguración del espacio urbano, donde la lógica del mercado inmobiliario ha tomado el control de la ciudad. Colonias con tradición popular y fuerte identidad como Santa Teresita, Mexicaltzingo o la Moderna están siendo absorbidas por proyectos que privilegian la plusvalía sobre la permanencia de sus habitantes. El centro histórico vive una transformación silenciosa, pero profunda, con edificios rehabilitados para el Airbnb y nuevos locales gourmet que modifican la vida del barrio.
Guadalajara está cambiando, y no necesariamente para bien. El fenómeno que muchos ven con distancia cuando se habla de la gentrificación de la CDMX, también se respira aquí, en nuestras calles, nuestras rentas y nuestra vida cotidiana. La pregunta ya no es si está ocurriendo, sino quién podrá seguir costeándola. Y lo más importante: si estamos dispuestos a discutir públicamente el derecho a vivir en la ciudad, o si dejaremos que solo quienes pueden pagarla se queden con ella.
Valdría mucho la pena legislar para topar las rentas, y con ello, frenar a los especuladores de las vivienda en la Zona Metropolitana de Guadalajara.