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31 julio 2025
Claudia Salas
Claudia Salas
Diputada federal de Movimiento Ciudadano por Jalisco

Calles que abracen, no que expulsen

30 julio 2025
|
05:00
Actualizada
23:08

La seguridad en una ciudad no se construye desde las patrullas ni desde las cámaras, sino desde lo más elemental: el entorno peatonal, el alumbrado público, la continuidad de las banquetas, la presencia de espacios comunitarios bien mantenidos y el acceso equitativo a los servicios urbanos. Así lo confirma la más reciente Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU) del INEGI: la percepción de inseguridad está estrechamente vinculada con la experiencia cotidiana del espacio que habitamos.

En junio de 2025, el 63.2% de las personas adultas que viven en zonas urbanas en México dijeron sentirse inseguras en su entorno. Más que una cifra, este dato revela una sensación persistente que se materializa en lo cotidiano: el 70% se siente en riesgo en los cajeros automáticos, el 65% en el transporte público, y más del 60% al caminar por las calles.
Esto no solo se relaciona con delitos, sino con el deterioro de lo común: iluminación deficiente, ausencia de vigilancia comunitaria, mobiliario

urbano abandonado y espacios públicos que pierden su función social. Hace poco, una mujer de la Colonia San Juan de Dios compartió su preocupación por su hija, quien asiste al turno vespertino de secundaria. Cada tarde camina con miedo hacia la escuela: las luminarias llevan meses sin funcionar, los comercios cierran temprano y las banquetas están interrumpidas o inexistentes.

“Ella ya sabe por dónde no debe pasar, pero igual me preocupa todos los días”, me dijo. No es un caso aislado. En distintas colonias, madres y padres viven esa misma ansiedad diaria. Ese miedo no debería ser parte de la vida escolar de nadie. Pensemos en los cruces peatonales de zonas como El Zalate o Lomas del Paraíso: sin semáforos, con camellones intransitables y esquinas invadidas por vehículos. O en parques que, por falta de mantenimiento o actividad cultural, se transforman en sitios que la comunidad evita al anochecer.

La organización del territorio tiene un efecto directo en cómo convivimos o en cómo nos replegamos por miedo. Puede propiciar comunidad o sembrar aislamiento. Si bien, para 2025 la ENSU le da buenas noticias a Guadalajara por bajar 10% la percepción de inseguridad en los últimos años, también nos indica que a nivel nacional más del 38% de la población ha dejado de hacer actividades habituales por temor: caminar de noche, llevar a sus hijos e hijas al parque, andar en bicicleta o incluso actividades básicas como ir a la tienda más cercana.

Esta pérdida silenciosa merma la vitalidad urbana. Cuando el miedo limita nuestra movilidad o nuestras relaciones, toda la ciudad se debilita, por lo que es ahí donde los gobiernos pueden hacer la diferencia al poner en marcha acciones y políticas que hagan los espacios más vivibles, armónicos y vigilados. Si nos ponemos a trabajar, dejaremos atrás los centros históricos degradados, con poca actividad nocturna y escasa vida cultural.

Las periferias urbanas, en constante expansión, son un reto en el que podemos prevenir las carencias prolongadas y evitar que estén sin alumbrado, sin transporte eficiente, sin plazas o espacios de convivencia. Esa desconexión urbana también excluye.

Y la desigualdad tiene género. Mientras que el 68.5% de las mujeres se sienten inseguras, la cifra en hombres es del 56.7%. Esta diferencia no es menor: revela que nuestras ciudades siguen pensadas desde una lógica que no contempla las necesidades de todas las personas por igual. Integrar la perspectiva de género en el diseño del espacio público no es una concesión, es una urgencia.

Además del rediseño físico, es imprescindible fortalecer la participación ciudadana. Las y los habitantes son aliados esenciales en la construcción de seguridad: reportar luminarias apagadas o baches, organizarse para cuidar áreas comunes, promover actividades en los espacios públicos y ejercer vigilancia social son acciones que mejoran la funcionalidad del entorno.

Cuando existe comunicación efectiva con las autoridades, se pueden corregir fallas a tiempo y se genera una cultura de corresponsabilidad que eleva la calidad de vida de toda la comunidad. También hace falta atención al pequeño urbanismo: los detalles que transforman barrios enteros. Un paso peatonal seguro, una luminaria reparada o un parque reactivado con talleres o ferias puede cambiar la percepción de una zona.

Medellín y Bogotá lo han demostrado: rediseñar espacios desde una visión incluyente puede reducir la violencia y revitalizar la vida urbana. Nada de esto es fortuito. La inseguridad es síntoma de una planeación urbana inconexa, y si no se actúa hoy, la expansión prevista en las próximas décadas hará estos problemas más complejos y difíciles de revertir. Una Guadalajara verdaderamente de vanguardia debe comprender que cada decisión sobre un cruce, una banqueta, un parque o una ruta de transporte afecta la vida diaria de miles de personas.
Se trata de repensar los presupuestos públicos, los criterios de inversión y los procesos de participación ciudadana. Porque el derecho a habitar una ciudad segura no debe depender del código postal.

*Las opiniones y contenidos en este texto son responsabilidad total del autor y no de este medio de comunicación.
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