Por más que Claudia Sheinbaum insista en que su Gobierno ha sido un modelo de eficiencia con sus ahorros históricos, la realidad en las farmacias y hospitales del país pinta otra historia, una verdaderamente trágica: el desabasto de medicamentos, especialmente los oncológicos, es tan real como las lágrimas de una madre que no consigue quimioterapia para su hijo. Pero: ¿Quién necesita medicinas cuando se presume con entusiasmo un “ahorro” de 50 mil millones de pesos? ¡Aplausos por administrar la pobreza con disciplina danesa!
La presidenta presume como trofeo ese ahorro monumental, mientras Estados como Jalisco —por citar solo un ejemplo—, el Gobierno federal apenas ha surtido el 13% de las claves de medicamentos contra el cáncer que le corresponden. El 13%. Como si la vida se pudiera tratar con aspirinas y promesas.
¿Y qué fue de la famosa megafarmacia, esa joya de la improvisación obradorista que Sheinbaum heredó como si fuera una obra maestra? Fracasó. Fracasó con estrépito, como todo lo que se planea con ocurrencias, sin logística ni sensibilidad. Un hangar con estantes vacíos no cura a nadie, pero sirve para la foto y el aplauso fácil. Mientras tanto, las personas enfermas siguen esperando lo que no llega: insulina, retrovirales, medicamentos psiquiátricos, oncológicos. ¿Ahorro para qué, si el costo lo paga el pueblo con dolor?
La tragedia va más allá de las cifras: es humana. Cada paciente que interrumpe su tratamiento, cada niño al que se le niega su derecho a una medicina, es una prueba del desdén federal. Porque eso es: desprecio, mezquindad institucional disfrazada de austeridad. El Gobierno presume eficiencia mientras la ciudadanía padece negligencia.
Y aún así, nos piden paciencia, nos repiten que todo va “mejor que nunca”. Que no hay desabasto, sólo “reorganización del sistema”. Que vamos camino a Dinamarca, aunque en esa Dinamarca nadie muere esperando un medicamento que su gobierno no quiso comprar a tiempo.
Lo cierto es que la política de salud de este Gobierno se parece más a un acto de magia que a una política pública: desaparecen las medicinas, desaparecen los datos, desaparecen las responsabilidades. Lo único que no desaparece es el cinismo.
Pero eso sí: 50 mil millones bien guardaditos.