Los alcances de Benjamín Netanyahu no tienen nombre ni explicación, mucho menos justificación. Si obtiene “permiso” para avanzar sobre Gaza e invadir de plano, ¿cómo vivirá la gente que ahí se asiente? ¿Podrán hacer sus vidas sobre los cientos de miles de palestinos asesinados por las fuerzas de su gobierno? Quien llegue ahí no podrá vivir en paz con las imágenes del genocidio, de la tortura, de la devastación, de los niños muertos y muriendo de hambre.
El crimen de lesa humanidad que comete Netanyahu contra el pueblo palestino debe parar y es un clamor mundial. Se suceden las manifestaciones de la sociedad civil dirigidas hacia Israel y Palestina, hacia la Franja de Gaza específicamente, con acciones que hasta ahora, todas, han sido bloqueadas y desbarrancadas por el mismo Estado israelí.
Barcos con ayuda humanitaria, caravanas, cartas, marchas, declaraciones ya de mandatarios que habían guardado un silencio cómplice, órdenes de aprehensión, condenas internacionales, todo, se ha hecho de todo, pero eso no existe para Netanyahu. La impotencia es mayúscula, devastadora, dolorosa.
Esta semana se anunció la expansión del Ejército de Israel sobre Gaza. Fue el viernes cuando el Gabinete de Seguridad aprobó un plan para tomar control total sobre Gaza y lo comunicó a través de la cuenta de X de la oficina del primer ministro. Difícil pensar que esto no sucederá después de lo que hemos visto a lo largo de casi dos años con respecto a las decisiones de Netanyahu y sus colaboradores. Se extingue la esperanza.
Quien empezó la guerra pone condiciones para terminarla, de lo contrario, pende sobre los gazatíes la amenaza de la invasión y el despojo: el desarme de Hamás (hoy se sabe que en algún momento el mismo Netanyahu financió a esa organización); la liberación de los rehenes; la desmilitarización de la Franja; que Israel se encargue de la seguridad en Gaza y el establecimiento de un gobierno civil que excluya, por supuesto, a Hamás, pero también a la Autoridad Nacional de Palestina.
Las primeras manifestaciones contra las acciones bélicas iniciales de Israel contra Gaza, en distintas partes del mundo, protagonizadas sobre todo por jóvenes universitarios, fueron reprimidas con violencia, pero la sociedad civil se las ha ingeniado para mantener las protestas de muy diversas formas. Hasta ahora todas han sido inútiles si el objetivo es detener el genocidio. No lo han sido, sin embargo, para saber que hay una sociedad civil en el planeta que no está dormida, ni aletargada, ni ajena e indiferente ante estos crímenes.
Tampoco para constatar que estamos inermes, sí, todos, ante las decisiones de individuos con un poder incontenible e incontrolable que amarra las manos y trata de silenciar al mundo. Esto nos queda.
En torno a este anuncio, miles de israelíes salieron a las calles a protestar contra lo que implicaría la expansión militar de Israel sobre Gaza; hay amplios sectores de la sociedad de ese país que clama por el fin de la guerra y no sólo la gente, también altos mandos militares; de hecho, el jefe del Ejército votó en contra (la aprobación en el Gabinete de Seguridad no fue por unanimidad) de la invasión de Gaza, con el argumento, totalmente válido y posible, de que esa decisión sea contraproducente contra la seguridad de los rehenes.
Es difícil pensar que si Netanyahu no escucha a su propio pueblo ni a algunos de sus militares de más alto rango, vaya a escuchar al resto del mundo. Ahora que los mandatarios de Gran Bretaña, Francia, Canadá, Australia y Turquía y otros poderosos han condenado por fin el genocidio en Gaza, confirmamos que tampoco a ellos. ¿Quién o qué lo puede detener? La impotencia mundial aumenta mientras en Palestina siguen muriendo niños, mujeres, hombres que están a merced del genocida. La ONU se ha expresado como no lo había hecho casi desde su fundación, pero ha sido sistemáticamente ignorada, desdeñada, desoída.
Se han recogido testimonios de israelíes que participaron en la manifestación del sábado. Entre la esperanza y el desaliento, decidieron tomar las calles y no callar. Alguien definió lo que podría ser una explicación para el resto del mundo: “Estamos en manos de un gobierno que no nos escucha. El interés de Netanyahu es personal y político, fruto de la presión de la derecha mesiánica y extremista y fascista que solo sueña con ver un asentamiento judío en Gaza, algo que no tiene ningún sentido” (José Hammerschlag, El País, 10.08.2025).
Y es posible saber que la sociedad está dividida con relación a diferentes aspectos del conflicto, pero hay un común denominador: a Netanyahu no le importa la voluntad popular, tampoco es prioridad para él la liberación ni la vida de los rehenes, cautivos desde octubre de 2023, que no le importa que sigan muriendo soldados (“por nada”) y que su principal preocupación es mantenerse en el poder a costa de lo que sea. La impotencia duele.