Claudia Sheinbaum arrancó su sexenio con tres piedras amarradas al tobillo: inseguridad, salud y Pemex. Tres lastres tan pesados que, para 2030, seguirán ahí… y tal vez más grandes.
Hoy nos vamos a detener en el más resbaloso: Pemex. La joya oxidada de la corona, el barril sin fondo que cada presidente promete rescatar y que, como Titanic tropical, siempre termina más hundido que antes.
La presidenta, con su característico optimismo de conferencia matutina, anunció que en 2027 Pemex “saldrá solito” y no necesitará de Hacienda. Lo dijo acompañada del secretario Édgar Amador, que asentía como quien oye a un niño afirmar que su perro habla inglés. La receta mágica: reducir la deuda, estabilizar las finanzas, mejorar la producción y, por supuesto, confiar en la disciplina fiscal de un Gobierno que ya abrió la chequera con un fondo de 250 mil millones de pesos.
Los números suenan bonitos… hasta que se les mira de cerca. La deuda total de Pemex ronda los 98 mil millones de dólares, con un pasivo laboral de 1.3 billones de pesos y una nómina de 133 mil empleados que cuesta más que todo el presupuesto anual de varios Estados juntos. Y aunque en el segundo trimestre de 2025 reportó utilidades, fue un respiro pasajero, como cuando un enfermo grave abre los ojos… y vuelve a caer en coma.
El plan incluye aumentar la producción de 1.6 a 1.8 millones de barriles diarios en 2027. Ojo: eso sigue muy por debajo de la meta de 2.6 millones que se presumía hace apenas unos años. Es decir, vamos a celebrar producir menos de lo que alguna vez prometimos. Todo mientras el huachicol sigue drenando 13 mil millones de pesos en seis meses, las refinerías operan a medias y Dos Bocas, la gran apuesta petrolera, se cuece a fuego lento entre retrasos y sobrecostos.
Los expertos son claros: Pemex pierde dinero refinando, se está quedando sin petróleo rentable y su tecnología parece sacada de un museo industrial. Pero la narrativa oficial es que con inversión pública y privada —esa misma que huye cuando huele ineficiencia—, la petrolera alcanzará la autosuficiencia.
Y aquí está la parte graciosa: para dejar de depender de Hacienda, Pemex necesita… más dinero de Hacienda. Es como curar la obesidad con pastel. O como decir que la casa dejará de caerse a pedazos después de tapar las grietas con cinta adhesiva.
Mientras tanto, la inseguridad sigue desbordada y el sistema de salud intenta funcionar con hospitales sin medicinas y médicos que parecen más voluntarios que profesionistas pagados. Pero eso sí: cada mañana, desde Palacio, se reparten esperanzas como si fueran vales de despensa o pensiones del Bienestar.
Pemex es el espejo perfecto de este Gobierno: grandilocuencia, diagnósticos correctos, soluciones superficiales y una fe ciega en que los problemas se resolverán por decreto. Y así como no habrá seguridad plena ni salud digna para todos, tampoco habrá un Pemex autosuficiente en 2027. Habrá, eso sí, otro plan de rescate, otro discurso esperanzador y otra ronda de aplausos… hasta que llegue el siguiente sexenio a repetir la historia.