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13 agosto 2025
Tzinti Ramírez
Tzinti Ramírez
Internacionalista y maestra en Historia y Política Internacional por el Graduate Institute of International and Development Studies (IHEID) en Ginebra, Suiza. Investigadora invitada en el Gender and Feminist Theory Research Group y en el CEDAR Center for Elections, Democracy, Accountability and Representation de la Universidad de Birmingham, en Reino Unido. Miembro de la Red de Politólogas.

Ingeniería de ideas: convertir ideas marginales en narrativas dominantes

13 agosto 2025
|
05:00
Actualizada
21:33

En el debate público sobre tecnología solemos escuchar los nombres de Elon Musk o Sam Altman, pero mientras una parte de la atención se concentra en la posiblidad de misiones a Marte, coches eléctricos y chatbots, hay dos figuras menos visibles, y quizá, más influyentes en la política global, que no debemos perder de vista, ellos son: Alex Karp y Peter Thiel, cofundadores de “Palantir Technologies”.
A diferencia de otros magnates tecnológicos, operan en gran medida fuera del radar mediático. Ofrecen infraestructuras invisibles para el público en general: software que procesa datos para gobiernos, ejércitos y agencias de inteligencia, un poder que no se limita a predecir escenarios, sino que condiciona lo que la gente considera posible, real o inevitable.

Alex Karp, doctor en filosofía, se presenta como progresista y hasta socialista en algunos aspectos según él, pero rechaza lo que llama “ideología woke” y defiende un Estado fuerte con altas capacidades tecnológicas. Bajo su mando, Palantir ha cerrado contratos con el Pentágono, la CIA, la agencia de control migratorio (ICE) y gobiernos aliados como Ucrania o Israel. Su software se ha usado en operaciones militares, control de fronteras y vigilancia de protestas. Karp no oculta que se concibe a sí mismo como un defensor de la “civilización occidental” en un sentido estratégico y militar, con todo lo que eso pueda implicar.

Por otro lado, Peter Thiel, primer gran financiador de Facebook, co-fundador de Paypal, se describe a sí mismo como conservador-libertario (por no decir, supremacista blanco altamente sexista). Sostiene que “libertad y democracia” no siempre son compatibles, y ha invertido en proyectos para escapar del demonizado “control estatal”: desde ciudades flotantes en aguas internacionales (pensadas como enclaves con sus propias leyes) hasta start-ups con aspiraciones a operar como si fueran micro-estados. Fue uno de los grandes impulsores financieros de Donald Trump en 2016 y ha financiado a candidatos de derecha radical en EE.UU.

A pesar de algunas diferencias discursivas, ambos comparten una convicción: la tecnología como palanca para popularizar ideas marginales (radicales de derecha) y convertirlas en narrativas dominantes. En palabras de Thiel (1), la infraestructura tecnológica (redes sociales, Inteligencia Artificial) permite hoy amplificar ideas que de otra manera “no podrían obtener apoyo político”. En una frase, hoy ya muy conocida, Thiel planteó la “tecnología como una alternativa a la política”. Aquel, discurso se trató en realidad de una declaración de intenciones: si las instituciones democráticas son lentas o adversas a ciertas ideas y cambios, la tecnología, en manos privadas, desde luego, “puede imponerlos sin necesidad de deliberación pública”. Thiel busca modelar el orden social desde fuera del terreno político tradicional, porque en ese terreno hay todavía, por fortuna, resistencias difíciles de sobrellevar.

Las aplicaciones de la visión y tecnologías de Thiel y Karp, son concretas, preocupantes y alejadas de cualquier progresismo. En Estados Unidos, Palantir ha brindado soporte tecnológico a políticas migratorias de línea dura, ayudando a ICE a rastrear y deportar inmigrantes en masa. En Europa, ha colaborado con policías en Reino Unido y Países Bajos en proyectos de vigilancia “predictiva” que refuerzan lógicas de control preventivo y reducción de libertades en nombre de la seguridad. En Ucrania, Palantir ha dado a las fuerzas armadas la capacidad de integrar datos de satélites y drones para localizar y atacar objetivos, suena eficiente, pero nada de esto pasa por mecanismos de control democrático.

No son parlamentos, tribunales, funcionarios o audiencias públicas quienes definen los límites de acción, sino directivos y accionistas privados, operando bajo criterios opacos. Occurre cada vez más que desde las empresas privadas de tecnología se decide qué datos contar, qué definir como un objetivo “aceptable” y qué “riesgos” o daños colaterales son aceptables, moldeando no solo las acciones militares, sino también la narrativa internacional de lo que es justo, necesario o inevitable. Detrás de cada uno de los usos anteriomente descritos hay un patrón ideológico: fortalecer el control oligárquico del Estado en su faceta coercitiva, priorizar la idea de “seguridad nacional” sobre derechos y libertades, y desplazar el debate político hacia narrativas de “amenaza permanente” que “justifican” medidas extraordinarias y oscurecen por completo cualquier intento de crítica sistémica.

Este es el verdadero núcleo de la ingeniería de ideas: emplear el poder tecnológico para amplificar visiones del mundo que van desde el nacionalismo tecnocrático hasta el conservadurismo autoritario y presentarlas como respuestas inevitables e incluso deseables a los desafíos actuales. Lo que antes requería de décadas de militancia, redes de influencia o campañas mediáticas, hoy puede lograrse en semanas mediante microsegmentación de mensajes, moldeando el consenso público sin que la ciudadanía perciba el origen ni el propósito de discursos que le son ofrecidos por sus redes sociales.

Frente a este panorama, urge cultivar pensamiento crítico y empatía como habilidades esenciales de los ciudadanos. El primero nos permite identificar sesgos, desmontar narrativas diseñadas para manipularnos y cuestionar las “verdades” prefabricadas; la segunda nos ancla a la dimensión humana de cada decisión política o tecnológica, recordándonos que detrás de cada supuesta “amenaza” u “objetivo” hay personas con historias reales.

Proteger nuestras democracias no pasa solo por regular empresas o vigilar algoritmos, asunto cada vez más urgente, sino también por una ciudadanía capaz de entender cómo se fabrican los consensos en esta época de redes sociales e inteligencia artifical y de rechazar la comodidad de los enemigos fabricados. Si no despertamos pronto, otros seguirán escribiendo, desde la sombra, el guion de “nuestras creencias”.
(1) Vale la pena revisar la visión que Peter Thiel delinea aquí:
Morrow, S. (2022, November 14). Peter Thiel: The Billionaire buying the end of democracy. More Perfect Union. https://perfectunion.us/peter-thiel-the-billionaire-buying-the-end-of-democracy/

*Las opiniones y contenidos en este texto son responsabilidad total del autor y no de este medio de comunicación.
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