Un nuevo episodio en la complicada relación del gobierno mexicano con la administración de Donald Trump en los Estados Unidos, condujo a uno de esos intercambios de frases retadoras, como en los conflictos de barrio bravo.
“México hace lo que le decimos”: Donald Trump, por la mañana.
“En México, el pueblo manda”: Claudia Sheinbaum Pardo, en su respuesta por la tarde.
Las dos posturas presidenciales son tan auténticas como un billete de 2.50. ¿Por qué? Porque el presidente de Estados Unidos miente. Pero lo mismo hace la presidenta de México.
La relación entre nuestros dos países es tan intensa y sofisticada, que ninguno de los dos gobiernos, por más que el de Estados Unidos sea la primera potencia mundial, puede controlar las decisiones de la población, sea organizada o no.
Existen agendas de autoridades locales que siguen su propia ruta y ni siquiera toman en cuenta lo que determinan la Casa Blanca en Washington y Palacio Nacional en Ciudad de México. ¿O acaso alguien puede modificar los acuerdos comerciales, sociales y culturales que existen entre California y la Península de Baja California?, sólo por poner un ejemplo.
Tratar de manipular esas dinámicas es imposible.
Por otra parte, aunque Trump y Sheinbaum les hablan a sus “tribunas” y alimentan el discurso patriotero, todos sabemos que efectivamente, las autoridades mexicanas siguen la ruta marcada por la Casa Blanca en materia de combate al crimen organizado, operativos de seguridad, control de los cárteles y entrega de cabecillas criminales.
El gobierno mexicano no tiene otra opción.
Es más, en nuestro país son muchos los que agradecen y aplauden que la administración Trump haya decidido no tener más tolerancia a la actividad del crimen organizado. Sólo desde Estados Unidos se han tomado acciones firmes contra las organizaciones criminales a las que ya sólo les faltaba registrarse como partidos políticos y ganar las elecciones para que su control fuera completo.
¿Hay algún motivo válido para que Trump alardee públicamente para ofender al gobierno mexicano? Ninguno. Es simple y llanamente su vanidad. Y su permanente afán de demostrar que es el “hombre fuerte”, sobre todo para que se enteren quienes lo han apoyado desde que apareció y rompió todos los cánones políticos en una sociedad estadounidense en profunda crisis.
La presidenta Sheinbaum decidió responderle, pero sólo para que la escuchen las bases populares que la han calificado con una aprobación que supera el 70%, aunque no se comprenda cabalmente porqué tendría que rebajarse a responderle al fanfarrón de Washington.
Este intercambio demuestra, otra vez, que también en las esferas más altas de la política hay comportamientos muy básicos.
Al final, a los ciudadanos que vivimos en el día a día real, nos queda el consuelo de que finalmente, tanto Trump como Sheinbaum dejarán un día de ser presidentes.