Los resultados del estudio sobre la Pobreza multidimensional que acaba de dar a conocer el INEGI son buenas noticias y, esta descripción, se queda corta con el tamaño de lo logrado en seis años, entre 2018 y 2024, justo el sexenio de Andrés Manuel López Obrador.
Que 13.4 millones de mexicanos salieran de las filas de la pobreza y 1.8 millones, de la pobreza extrema, es una hazaña porque, además, no se pueden perder de vista dos cosas, por lo menos: una, en el periodo se atravesó la crisis de la pandemia y, dos, no se disparó la inflación como se vaticinaba.
Es una hazaña y es –parecerá pleonasmo– histórica. Nunca en la historia del México moderno o contemporáneo se había logrado algo así, al contrario. Hubo tiempos en los que 60 por ciento de la población mexicana vivía en pobreza y en pobreza extrema (1994-1996 para ser más específica). Los años de los errores de diciembre y de los extremos neoliberales a los que llevaron al país Carlos Salinas y Ernesto Zedillo.
Surgieron programas sociales electoreros que tenían como objetivo –decían– abatir la pobreza y la desigualdad en México, pero eran paliativos, siempre temporales en torno a comicios, nada definitivo, nada de fondo, nada de correcciones estructurales para sentar las bases de un mejor desarrollo, un reparto más equitativo de la riqueza y medidas con carácter de permanencia para seguir hacia adelante. No.
Al revés, sí diseñaron y aplicaron programas de rescate pero de banqueros y casabolseros cuyas deudas fueron transferidas y cargadas al erario; la corrupción entorno al IPAB y al Fobaproa fue descomunal y todavía la estamos pagando (también hubo un rescate carretero).
No fue muy diferente con los gobiernos panistas, otra vez, al contrario. Si bien después de aquel 60 por ciento de 1996 empezó a bajar el indicador y también, hay que decirlo, se empezó a contar de otra manera, en los sexenios de Vicente Fox y Felipe Calderón aumentó la pobreza. En el segundo caso, en casi 16 millones de mexicanos que redujeron sus ingresos y cayeron en ese segmento que implica que las personas, de todas las edades, no tienen suficientes recursos para pagar las necesidades básicas, porque no tienen trabajo o no ganan lo suficiente y entonces la precariedad se extiende hacia la educación, la salud, la vivienda, la alimentación y la seguridad social.
Durante el sexenio de Enrique Peña las resistencias del gobierno y de las organizaciones empresariales a aumentar los salarios, particularmente el mínimo, fueron feroces, denodadas. Se auguraba lo peor: inflación, crisis económica, caída en las ventas, despidos masivos… En aquellos años, hace poco más de diez, otros factores influyeron para que las cosas empezaran a cambiar: los constantes señalamientos contra el gobierno mexicano, por mantener a sus trabajadores con salarios bajos de manera deliberada, con el pretexto de la dizque competitividad. ¿Quiénes presionaron y cuestionaron? Los negociadores del TLC cuya revisión de avecinaba, tanto de Canadá como de Estados Unidos. Y más de Canadá, porque hasta los grandes sindicatos alzaron la voz, léase Jerry Dias.
Se aceptó entonces incluir la cuestión salarial en las conversaciones y al final de las reuniones, ya los electores mexicanos habían votado por una opción radicalmente distinta a la neoliberal que representaban tanto el PRI como el PAN. Entonces se empezó a trabajar en la recuperación salarial de la clase trabajadora en México, castigada desde siempre, en la época neoliberal más, pero así había sido sin pausa ni tregua.
No es nada fácil que más de 15 millones de personas suban sus ingresos de manera tal que salgan de un segmento para subir a otro que implica mejores condiciones de vida. Mucho menos si consideramos la profunda crisis de dos años de pandemia 2020 y 2021, por lo menos, y todo lo que en México había que remontar por los rezagos previos de años y años de privilegiar a las élites y castigar a los grupos más vulnerables en todos los sentidos.
Y no es que lo diga López Obrador o ahora, Claudia Sheinbaum, Presidenta de México; ni siquiera el INEGI que es una entidad independiente y confiable. Lo ha reconocido una institución neoliberal por antonomasia: el Banco Mundial (BM).
En 2024, en el informe correspondiente, el BM indicó que de 2018 a 2024 la pobreza en México se había reducido en 10 millones de mexicanos. Después de eso, en abril pasado, afirmó que de los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, México es el que presenta el ritmo más acelerado en la reducción de la pobreza en los últimos años.
Estos datos, que alcanzan a tantas personas, son resultado de una combinación de acciones que no deja fuera al sector empresarial ni ha afectado los indicadores macroeconómicos de México. En primer lugar, la determinación de aumentar con creces el salario mínimo (110% de 2019 a 2024); y el incremento en los salarios medios en ese mismo periodo (30%) sin efectos en los niveles inflacionarios; segundo: las políticas de sostenimiento y creación de empleos que mantiene a México en el segundo o tercer lugar entre los países de todo el mundo con menor tasa de desempleo (hay inversión pública y privada); tercero: la transferencia de recursos vía los programas sociales que reconoce derechos de varios segmentos de la población y que ha repercutido también en un incremento en los ingresos (por supuesto, esto acelera el dinamismo del mercado interno; en otras palabras, lo que se recibe se gasta y esto es benéfico para todos); cuarto: la reforma laboral que desapareció el esquema de contratación conocido como outsourcing (en automático aumentaron los ingresos de quienes trabajaban en esas condiciones); quinto: el combate a la corrupción en la administración pública y la desaparición paulatina y progresiva de gastos excesivos en el aparato de gobierno, más la eficiencia creciente en la recaudación de impuestos, que ha permitido no incrementarlos.
Para quienes consideran que es resultado de dádivas, supongo que es la mentalidad nacida de aquellos programas paliativos con fines electoreros de los gobiernos neoliberales, el regalo de tarjetas, compra de votos y prácticas similares, siempre temporal pero nada para impulsar cambios estructurales, de fondo y con carácter de permanencia.
Y esto es en lo que hay que enfocarse ahora, decirlo y exigirlo. Es una hazaña histórica, sin duda alguna, pero no se puede cantar victoria. Todavía hay 38.5 millones de mexicanos que viven en pobreza multidimensional y deben ser propósito y meta. Los cinco puntos descritos, más las acciones vinculadas al Plan México y el enfoque humanista, podrían funcionar como modelo y fórmula, no sólo para mantener esta determinación, sino para reforzarla y avanzar. Hay focos rojos entre los habitantes de los pueblos originarios, en materia de salud y seguridad social; el rezago educativo se ha abatido apenas mínimamente y en las ciudades, no tanto en el campo. Falta mucho por hacer y si bien el avance ha sido rápido (Banco Mundial dixit ) hay que pisar aún más el acelerador. No es tiempo para bajar los brazos ni mucho menos para triunfalismos, la tarea pendiente es descomunal todavía.