Los asesinatos recientes de Katia Daniela Medina, defensora y activista trans, y Joselinne Páez, son muestra de una violencia estructural. Organizaciones como Unión Diversa de Jalisco denuncian que cada transfeminicidio es el resultado de discursos de odio, omisión institucional y revictimización… y es cierto.
La discusión en torno a la tipificación del transfeminicidio en el Código Penal —y la incorporación de agravantes por odio— parece urgente y necesaria. Se trataría de un avance significativo en el plano institucional, que permitiría visibilizar una violencia con nombre propio y obligaría tanto a procuradores de justicia como a jueces, a reconocer la identidad de las víctimas como sujetos de derechos en una situación históricamente vulnerable.
Surge entonces la duda sobre cómo operarán los diferentes grupos parlamentarios frente a la propuesta de reforma presentada por la diputada de Movimiento Ciudadano, Montserrat Pérez Cisneros, especialmente después del rechazo explícito que mostraron en la votación obligada por la Suprema Corte respecto al reconocimiento de las infancias trans.
En marzo pasado, el Congreso de Jalisco rechazó con 21 votos en contra, 13 a favor y una abstención, una reforma para que niñas, niños y adolescentes trans pudieran modificar legalmente su identidad de género en el acta de nacimiento. Esta decisión limita desde la infancia el reconocimiento de la dignidad de las personas trans. Allí se evidencia la noción de “violencia institucional”: no es solo una omisión, sino una imposición normativa que revoca el derecho al reconocimiento básico. La ley no solo no protege, sino que retrae derechos fundamentales.
La pregunta inevitable es: ¿Puede una tipificación legal frenar o solo mitigar la violencia? La experiencia sugiere que por sí sola no basta. Sin embargo, visibilizar esta violencia desde la ley permite construir memoria, exigir protocolos claros y capacitar a los cuerpos de seguridad. Al reconocerles como grupo vulnerable, podría también impulsarse un cambio social que no sería inmediato, pero sí un paso hacia adelante. Porque en Jalisco, la violencia contra las personas trans no solo se mide en crímenes de odio, sino también en las leyes que les niegan reconocimiento y, con ello, el derecho a vivir con dignidad.