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24 agosto 2025
Arturo Garibay
Arturo Garibay

Un Drácula con poco colmillo

21 agosto 2025
|
05:00
Actualizada
01:14

Sí, Drácula está de regreso en la pantalla grande. El cineasta francés Luc Besson se la jugó al crear su propia adaptación del relato de Bram Stoker. Y perdió. Me da pena, porque en su filmografía hay un montón de películas que me encantan (“Azul profundo”, “La femme Nikita”, “El perfecto asesino”, “El quinto elemento”, “Lucy”, “DogMan”). Empero, el hábito de Besson por recurrir a las chapuzas del “cinema du look” no le ha sentado bien al vampiro más legendario de todos.

Ocurre que Besson es preciosista. Y es un realizador formado dentro de la “escuela” del “cinema du look”, una corriente amorfa de creación fílmica que privilegiaba la forma sobre el fondo, la estética sobre la sustancia.

Es por lo anterior que Besson suele embelesarse con lo visual y —como ya lo hemos notado en sus trabajos menos afortunados— descuidar la esencia dramática de sus relatos. Su Drácula es ostentoso, una auténtica bacanal de excesos estéticos y motivos visuales delirantes, pero le falta colmillo emocional, le falta mordida y bestialidad filosófica, le falta amor descarnado y visceral, le falta identidad: es un Drácula anémico en fondo y robusto en forma.

Dicho de otro modo: nada propone más allá de su intoxicante rococó audiovisual. La película se sostiene tan solo en las postales visuales creadas por el cinefotógrafo Colin Wandersman, en el caramelo plástico derramado por el equipo del diseñador de producción Hugues Tissandier y en la exuberante partitura de Danny Elfman. Ni siquiera talentos como Caleb Landry Jones o Christoph Waltz entregan interpretaciones congruentes con su nivel interpretativo. Verlos a ambos es siempre interesante, pero aquí están pobremente dirigidos.
En fin, si para ti la imagen (la belleza, la exuberancia plástica) alcanza para hipnotizarte, ¡tienes que ver esta peli! Pero si necesitas algo más que cosas bonitas (como, por ejemplo, un guion consistente y una propuesta de fondo), verás que este Drácula te deja un sabor agridulce o, incluso, una decepción.

En todo caso, si de algo me ha servido el Drácula de Besson es para regresar a otros “Dráculas”. Y para darme cuenta de que no una ni dos, sino varias adaptaciones de este relato, figuran entre mis películas favoritas de todos los tiempos. Esto incluye piezas como los Nosferatu de Murnau (1921) y Herzog (1979), así como el Drácula encarnado por Bela Lugosi (1931) y el de Christopher Lee (1958). Y, por supuesto, el Drácula mexicano por excelencia: Germán Robles en el clásico El vampiro (1957). Añado, claro, mi favorita personal: el Drácula de Francis Ford Coppola (1992), protagonizado por un Gary Oldman para la eternidad.

A estas alturas del partido, asumir el reto de adaptar a Drácula para la pantalla grande es un salto al vacío, sobre todo considerando la gran cantidad de grandes versiones que se han logrado. El año pasado, Eggers dio en el clavo con su Nosferatu, pero tenía un gran concepto y mucha visión. En contraste, Besson nos ha dejado con una estaca clavada en el corazón.

*Las opiniones y contenidos en este texto son responsabilidad total del autor y no de este medio de comunicación.
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