En esta ocasión quiero compartir con usted, estimado lector, mi visión desde el volante de un automóvil o simplemente un transeúnte. No soy motociclista, lo aclaro desde el inicio. Y desde esa mirada —parcial, sí, pero también ciudadana— quiero exponer la problemática constante que vivo y sufro, ya sea al conducir o como peatón.
No sé si usted coincida, pero tengo la impresión de que vivimos en un caos casi total en esta jungla de asfalto llamada ciudad. Y aunque no son los únicos responsables, me enfocaré hoy en los motociclistas, que a menudo —y con preocupante frecuencia— hacen de las suyas sin aparente límite.
Basta detenerse unos segundos en un semáforo para notar varias cosas: la cantidad creciente de motocicletas que circulan, muchas de ellas rebasando vehículos de forma temeraria entre carriles, sin respetar distancias ni señales. En los cruceros más transitados es común ver cómo se aglomeran al frente, aprovechando el menor resquicio para avanzar primero, sin importar si están invadiendo zonas peatonales o poniendo en riesgo a otros conductores.
Más alarmante aún es la circulación de familias completas en una sola moto: adultos con niños, sin casco, sin protección alguna, y transitando por avenidas principales a velocidades nada prudentes. ¿Dónde quedó la regulación? ¿Dónde está la vigilancia?
No se trata de exagerar, pero tampoco de normalizar la anarquía. He sido testigo —y casi víctima— de la imprudencia de algunos motociclistas. Dos ejemplos recientes ilustran este fenómeno.
El primero: en múltiples ocasiones he visto cómo, al estar detenido en alto total en una avenida y orillado a la derecha para dejar a un familiar cerca de una estación del tren ligero, al abrir la puerta del auto para descender, una motocicleta que rebasa por la derecha —en plena luz roja— pasa rozando, sin espacio y sin precaución. Lo mismo ocurre con transeúntes que cruzan la calle confiados en el alto del semáforo, solo para ser sorprendidos por una moto que se abre paso violentamente entre los coches.
El segundo: al intentar cambiar de carril con precaución, muchos conductores se enfrentan al riesgo de impactar con motocicletas que rebasan por los costados sin respetar reglas ni anticipar movimientos. No usan direccionales, no guardan distancia, y pareciera que para ellos no existen normas de tránsito.
Estos ejemplos son apenas una muestra del caos que vivimos diariamente en la zona metropolitana. La proliferación del parque vehicular de motocicletas en los últimos años ha sido evidente. Su crecimiento no ha sido acompañado de educación vial, regulación efectiva ni vigilancia suficiente. Y las consecuencias están a la vista: accidentes, imprudencias, temor y una creciente percepción de impunidad.
Es urgente que las autoridades tomen conciencia del problema y actúen con decisión. No basta con campañas de uso del casco o operativos esporádicos. Se requiere una estrategia integral: regulación, sanción, educación vial y control del crecimiento desordenado. Porque si no se hace algo pronto, el problema podría salirse aún más de control —si es que no lo está ya—.
Por último, hago la pertinente aclaración, no todos los motociclistas son imprudentes, no podemos generalizar. Pero cierto es, que la gran mayoría sí lo es, por ello urge se tomen cartas en el asunto.