En Los Altos de Jalisco la política parece una mala broma: alcaldes que presumen cargo, pero no oficio. El problema no son solo ellos: es la gente que los elige una y otra vez, como si esperara que la mula aprenda a leer.
Dos veces me he quedado atorado en la autopista. Seis horas muertas en cada ocasión. Ni la de cuota ni la libre funcionan. Y mientras uno mastica el coraje en medio de la fila interminable, los alcaldes de Zapotlanejo, Acatic, Tepatitlán, Valle de Guadalupe, Arandas… en fin, ¿dónde están? Probablemente inaugurando una cancha de futbol siete con listón y mariachi, mientras las carreteras se convierten en un monumento al abandono.
Seamos francos: estos ediles no detonan inversiones, no gestionan obras, no mejoran servicios públicos. Pero cómo engordan la chequera personal, eso sí. Expertos en el arte del erario convertido en alcancía privada. Políticos fracasados como servidores públicos, pero astutos como mercaderes de la corrupción. Sus oficinas parecen más una ventanilla de favores personales que un gobierno municipal.
El resultado es un paisaje de atraso: carreteras insufribles, comunidades olvidadas y un vacío de liderazgo que se llena con discursos huecos, fiestas patronales y fotografías en Facebook. Porque eso sí, nunca falta el “alcalde cercano a la gente” repartiendo abrazos y sonrisas impostadas, como si un filtro de Instagram pavimentara calles o atrajera inversión.
Y en cada elección, ahí están de nuevo: con la mano estirada, la sonrisa fingida y la cartera lista para engordar. Y, por increíble que parezca, la ciudadanía responde con votos, como si tuviera el síndrome de Estocolmo electoral: enamorada de sus secuestradores presupuestales.
La pobreza política de Los Altos de Jalisco es, al final, reflejo de la resignación ciudadana. Se vota con fe ciega, se aguanta con paciencia de burro y se premia con reelección a quienes deberían estar en el banquillo de los acusados. No hay magia: la basura política se recicla porque los votantes así lo permiten.
¿Alcaldes inútiles? Sí. ¿Alcaldes gilipollas? También. Pero más grave aún: ciudadanos que prefieren el autoengaño antes que exigir dignidad. Al final, cada bache, cada bloqueo carretero y cada hora perdida en el tráfico es un recordatorio de que en Los Altos el poder se delega al mediocre… y se le aplaude como si fuera estadista.