Historiador, cronista y analista político. Doctor en Ciencias Sociales.
Autor de los libros Con todo y triques. Frontera vertical. Ciudadanos a la mitad. Historias de mexicanos desde Nueva York. Yentes y vinientes. Guadalajaras.
Estoy convencido de que la labor docente debe trascender las aulas. Las voces de maestras y maestros tienen que lanzarse allende el salón de clases. Los campus universitarios deben retumbar al sonar la gritería académica. Es imperativo corresponder a la tarea formativa enseñando afuera del salón. Ora en la plaza pública, ora en las redes sociales, ora en los medios de comunicación, ora en las reuniones con amigos y familiares. Todo el terreno social es susceptible de ser usado como tribuna.
De muchas maneras la docencia se realiza en un espacio seguro y frente a muy pocos interlocutores que cuestionen la cátedra, sea por desinterés, sea por desconocimiento o simplemente por la edad de los educandos. Por ello, considero esencial que las voces docentes se manifiesten más allá de los muros escolares. Que salgan del castillo de cristal en el que muchos se refugian para no comprometerse con el devenir histórico.
Resultan una paradoja los silencios que se escuchan en los pasillos y los cubículos universitarios de cara al ensordecedor discurso en las aulas, como si se pensara en una separación entre hablar en una clase y hacerlo al término de ella.
Enseñar primeramente significa asumir el compromiso porque los estudiantes desarrollen un pensamiento crítico, sin embargo, ese pensamiento no debe quedar en el aula, lo mismo con profesores que con estudiantes.
No obstante, pareciera que para muchos maestros enseñar se asume como una labor mecánica, repetitiva, poco reflexiva, acrítica y comprometida que solamente implica “preparar” una clase y repetir huecamente su contenido en cada ciclo escolar.
Por otro lado, también se observa un temor de algunos docentes por evitar represiones de las autoridades universitarias que en la mayoría de las casas de estudio se pliegan a los discursos “políticamente correctos” que terminan por ser “el no discurso” arrastrando a funcionarios menores y en ocasiones a profesores, y por supuesto también, al estudiantado universitario.
Profesores y estudiantes estamos obligados a observar la realidad, entenderla y explicarla para proponer maneras diversas de solucionar los problemas sociales. A querer o no, en esta actividad va la toma de posiciones políticas frente a las locuras que estamos viviendo en el mundo.
Guardar silencio o hablar solo en espacios de confort para evitar los conflictos o las polémicas, equivale a aceptar sin chistar lo que estamos viviendo. Y eso, por lo menos, no tiene nada que ver con la actividad docente.
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