En el discurso oficial, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador quedará como el que declaró la “lucha frontal contra la corrupción”. Esa fue su bandera política y su reiterado motor narrativo. El tiempo avanza, llegó el segundo piso de la 4T y la realidad se impone: el sexenio de AMLO terminó dejando casos de corrupción tan graves y visibles como los que alguna vez prometió erradicar.
El huachicol fiscal es el ejemplo más claro. No se trató de perforaciones u ordeñas clandestinas en ductos, sino de un entramado en aduanas donde el combustible ingresaba con facturas falsas para evadir impuestos millonarios. Todo bajo la supervisión de la Marina, institución que el propio presidente presumió como garante de honestidad. La participación de marinos, empresarios y agentes aduanales revela que la corrupción se infiltró en el mismo aparato que debía combatirla.
Para la acción de blanqueo de los capitales, la Fiscalía General de la República investiga a Vector, el banco fundado por Alfonso Romo, empresario no cercano, sino cercanísimo a López Obrador. Fue el jefe de la Oficina de la Presidencia en los años de arranque de su sexenio e invariablemente el hombre que logró que la iniciativa privada de mayor calado en México dejara de hacer muecas a AMLO cuando candidato. La FGR no ha presentado una imputación formal en contra de Romo, pero el solo hecho de que se le vincule en pesquisas de este calibre algo ha de significar.
No olvidemos el caso Segalmex, diseñado como emblema social y convertido en el fraude alimentario más grande en la historia reciente. De modo que la corrupción en el sexenio pasado no fue anecdótica, peor aún, fue estructural: se coló en áreas vitales como energía, alimentos y finanzas. Y aunque hoy se hable de detenciones y cateos, lo cierto es que la raíz sigue intacta.
En este contexto, el discurso reciente del titular de Marina durante el desfile del 16 de septiembre puede leerse como un deslinde: reconocer errores, marcar distancia frente al pasado inmediato y enviar una señal de ruptura. Pero aún está por verse si es un quiebre real o simplemente un acto simbólico para oxigenar la narrativa del gobierno de Claudia Sheinbaum.
La 4T prometió cortar de raíz la corrupción; lo que vemos es que floreció con nuevas formas. Si el actual gobierno quiere diferenciarse, deberá procesar a los responsables de estos esquemas sin importar su rango o cercanía al poder. De lo contrario, todo se reducirá a lo mismo: discursos de cambio en medio de un pantano cada vez más profundo.