La ficción es un arma poderosa. Nos permite crear mundos que no existen, fantasías totales. También nos permite tratar de reproducir la realidad en plan casi “verité”. Si queremos, nos permite ver el mundo desde la mirada del otro. O nos permite ver el mundo del otro desde nuestra mirada. Nos permite ser fieles (o infieles) al mundo que se representa, a veces buscando respuestas; a veces, confrontación; a veces, esparcimiento.
En lo personal, una de las cosas que más me gustan de la ficción es que nos permite reimaginar el pasado para hacernos preguntas sobre lo que fuimos y lo que somos. Nos deja jugar y hasta inventar cómo fue la historia, explorar las posibilidades de lo que ya fue. Así, las películas pueden invitarnos a reflexionar sobre nuestras relaciones con el pasado, a confrontar los traumas históricos y a preguntarnos qué podemos hacer con las controversias que venimos arrastrando desde otros tiempos o cómo podríamos/deberíamos lidiar con las heridas transgeneracionales. Incluso nos invita a pensar en las heridas abiertas: ¿Por qué algunos las vemos todavía supurantes? ¿Por qué otros creen que no hay tal cosa como una “herida abierta”, sino que ya cicatrizó?
Ya está en cines “Batman Azteca: Choque de imperios”, un relato inspirado en la mitología del icónico personaje de DC Comics, ahora transportado a los tiempos del Imperio Azteca en el siglo XVI. En esta pieza animada, Yohualli es un joven testigo de la muerte de su padre y de la masacre de su pueblo a manos de Hernán Cortés/Dos Caras. El chico intentará advertir a Moctezuma II sobre la amenaza, pero en la corte se topará con las intrigas de Yoka. Una ladrona felina, una entidad del mundo natural y un singular “mayordomo” serán sus aliados mientras emprende el camino para convertirse en el héroe elegido de un antiguo dios murciélago.
“Batman Azteca” reimagina La Conquista, sí, y el resultado es ingenioso e interesante, aunque también perfectible en ejecución. Lo valioso es, en todo caso, que reinventa el pasado para, desde la ficción, darnos la oportunidad de reflexionar sobre lo que fue, sobre nuestra relación no-ficticia con el otro que nos “conquistó” y “transformó”, sobre las cosas que se destruyen y se descartan, que se reconfiguran e inscriben tras un evento como ese.
Es cierto que La Conquista y sus consecuencias definieron quiénes somos hoy, para bien y para mal. Es cierto, también, que fue un evento violento. Mirar, conocer, descubrir, luchar, retar, congeniar, convertir, domar y/o someter al otro por cualquier vía es violento y confrontativo. Puede que “Batman Azteca” se quede a medio retrato: para mi es una peli que esboza, pero no esculpe. Clava algunas dagas en el corazón y otras las falla. Siento que el guion no se aventura a hacer preguntas punzantes, contiene contadas osadías.
Recuerdo una escena en particular: Cortés/Dos Caras camina por Tenochtitlán con Yohualli/Batman, presumiéndole sobre las maravillas de su mundo “civilizado”. La respuesta de Yohualli habla sobre otras formas de ser y existir, y nos recuerda que el mundo no es de una sola manera, que no somos de una sola manera. Que las otras formas de existir no invalidan mi forma de existir. La postura de Cortés exhibe la forma en que, sistemáticamente, solemos denostar todo aquello que venga de nuestros pueblos originarios, todo lo que peyorativamente llamamos “indígena”.
Hemos hecho un requisito de nuestra identidad sincrética el pensar en nuestras propias raíces como algo que hay que hacer menos, que no hay que defender ni valorar, algo que hay que llevar al terreno de la humillación y la vergüenza. Pero la escena termina y la posibilidad de elevar ese momento dramático a otro nivel (más social, más político, más cultural) se empieza a diluir.
Dicho lo anterior, puede que la película lance preguntas tímidamente, pero podemos usarla para ser nosotros quienes las formulemos con fuerza. La película confronta, sí, pero en lo básico. Nosotros podemos subirle el grado de reto a dicha confrontación. Ni es bizantino, ni está de más —nunca estará de más— discutir dónde estuvimos, qué fuimos, qué le pasó a quienes habitaron este lugar al que le llamamos “mío”. Todavía lo necesitamos: para [re]conocer lo que fue, para escuchar las perspectivas ajenas, para entender por qué esa parte de nuestra historia todavía duele, indigna o, de plano, provoca una indolencia radical.
En el epicentro de la controversia aparece, claro, la presunta perpetuación de la llamada “Leyenda Negra”, un dolor de cabeza para los españoles aún mortificados por el buen nombre de su reputación histórica. Sorprendentemente, también hay mexicanos mortificados por la reputación ajena. En todas nuestras historias (de todos los pueblos del mundo) hay eventos cuestionables y acciones reprobables. En todas nuestras historias hay cosas que revisar. Pensar que en nuestras historias “todo fue bueno” es puro delirio. Pensar en nuestras historias y correlaciones históricas no cambia el pasado, pero puede resignificarlo para bien.
En fin, “Batman Azteca: Choque de imperios” es una pieza entretenida, de factura sólida en lo general y con particularidades a revisar en el terreno del ritmo, de la dirección de actores (el trabajo vocal es interpretativamente irregular) y del guion.
Coproducida por el estudio mexicano Ánima (mejor conocido por sus películas de Las Leyendas…) y Warner Bros. Animation, esta pieza méxico-estadounidense ha llegado a cines nacionales y, francamente, vale la pena ser vista. Vale la pena hablar de lo que ofrece y de las cosas que puede motivarnos a discutir sobre el pasado. Vale la pena porque usa los recursos de la ficción para empujarnos a recordar esas “heridas abiertas” que para algunos todavía supuran y que, para otros, no existen más.