En un mundo en el que la ciudadanía se ejerce cada vez más en línea, más de 20 millones de personas en nuestro país viven una forma de exilio moderno, ya que de acuerdo con el INEGI, a través de la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH) de 2024, solo el 83% de la población mexicana tiene acceso a internet.
Es decir, están a un clic de distancia de sus derechos, pero a un abismo de poder ejercerlos. Esta exclusión no solo es una barrera para el desarrollo, sino una grave omisión en la protección de las personas, que profundiza la desigualdad social. La brecha digital es, en esencia, una brecha de derechos y libertades.
La falta de acceso a internet o de las habilidades para navegar con seguridad limita drásticamente el ejercicio de derechos fundamentales. Pensemos en el estudiante de una comunidad rural que no puede acceder a clases en línea, o en la persona adulta mayor que no logra agendar una cita médica porque el sistema es exclusivamente digital. Lo mismo ocurre con el derecho al trabajo, con la búsqueda de empleo migrando a plataformas, o con la participación ciudadana, cada vez más alojada en foros virtuales. Quien está desconectado, queda al margen.
Pero la exclusión tiene un rostro aún más oscuro: la vulnerabilidad. Una persona con baja alfabetización digital que se aventura en la red, es un blanco fácil para el fraude. Por ejemplo, un trabajador que busca tramitar un apoyo gubernamental y cae en una página falsa que le roba sus datos personales y bancarios. Este no es un caso aislado. El “phishing”, el robo de identidad, la desinformación o la violencia digital, campan a sus anchas en el terreno fértil de la desprotección digital. Esta vulnerabilidad no es aleatoria; golpea con más fuerza en territorios marginados y afecta de manera desproporcionada a menores de edad, mujeres, personas con discapacidad y adultos mayores.
Por ello, las políticas de conectividad son insuficientes si no van de la mano de una alfabetización digital masiva, continua y con enfoque de derechos. No basta con dar acceso a la autopista de la información; es indispensable enseñar a conducir con precaución. Necesitamos campañas permanentes que doten a la ciudadanía de herramientas para identificar riesgos, gestionar su privacidad y proteger sus datos personales.
Cerrar la brecha digital es una tarea impostergable de justicia social y derechos humanos. Es un llamado a la acción coordinada: A las autoridades, para garantizar conectividad asequible e integrar la ciberseguridad y la protección de datos en el sistema educativo; a las empresas tecnológicas, para que asuman su responsabilidad diseñando plataformas seguras y accesibles por diseño; y a la sociedad civil, para fomentar una cultura de cuidado colectivo y escepticismo crítico frente a la información que consumimos.