La juventud —como tema y catalizador argumental— aparece en el epicentro de “Camina o muere” (The Long Walk) de Francis Lawrence. Pero no es una juventud jubilosa y llena de esperanza. No. Es una juventud que se ofrece como moneda de cambio, como objeto de sacrificio, como pieza de trueque para que el resto de la sociedad tenga un “futuro”. Es una juventud que tiene que morir, un fuego que debe apagarse, una inocencia que hay que aniquilar para mantener vivo el status quo… incluso si el status quo está dañado, roto, incluso si ese modo de vivir es ya inviable.
“Camina o muere” es un atrapante, estrujante y accesible thriller basado en un texto de Stephen King, celebrado autor que —quepa añadir— tiene en su bibliografía varios textos sobre la infancia y la adolescencia, sobre los umbrales que se cruzan en esas etapas de la vida. Obras como “El cuerpo” (que inspiró “Cuenta conmigo”), “Carrie”, “Ojos de fuego” e “It”: “Eso”, son algunos ejemplos de cómo la niñez y la temprana juventud se manifiestan en los textos del oriundo de Portland, quien parece usar los albores de la vida como vehículo para reflexionar sobre las expectativas que los adultos vierten sobre los más jóvenes, sobre la densa niebla de ansiedad que cubre la vereda de la maduración, sobre el final de la inocencia e, incluso, sobre los momentos en que se siembran en nosotros las primeras semillas del miedo.
Por otro lado, “Camina o muere” nos muestra al director Francis Lawrence consagrado como mandamás del cine distópico del Hollywood contemporáneo. El cineasta ha firmado cinco de las películas de “Los juegos del hambre”, además de títulos como “Soy leyenda” o la serie “See”. El estadounidense nacido en Austria domina las narrativas ambientadas en momentos donde todo se ha ido al garete.
La combinación King-Lawrence ya nos hacía sospechar que “Camina o muere” podía ser una peli interesante. Las expectativas se cumplieron y fueron superadas. El filme cuenta la historia de un grupo de jóvenes que deben participar en una competición de caminata por varios días. El reto es avanzar sin detenerse. Quien pare o descienda la velocidad de su andar es asesinado. ¿Por qué razón caminan estos chicos? Por un premio de riquezas, sí, pero también por una promesa: se les ha dicho que deben morir para que otros puedan seguir alimentando una absurda fantasía de prosperidad que nunca llegará, para que la sociedad crea que hay luz más allá de la carencia, la desigualdad, la injusticia y el fracaso institucional.
Sin esforzarse por ser una pieza política, “Camina o muere” se erige como otro gran ejemplo de cine de entretenimiento que ofrece mucho más de lo que se ve en la superficie. Su cariz político surge naturalmente, sin impostación o agenda. La película nos invita a reflexionar sobre por qué estamos dispuestos a sacrificar al otro con tal de evadir la responsabilidad colectiva que tenemos con las atrocidades del presente. En el trayecto, la pieza nos mantiene al borde: su manejo del suspenso es de primera línea y los personajes resultan entrañables.
Quepa en este punto subrayar el trabajo a cuadro de David Jonsson (una de las grandísimas promesas del cine británico, un chico que ratifica lo que ya habíamos visto en él en la serie “Industry” y la película “Alien: Romulus”) y del impecable Cooper Hoffman (heredero histriónico de su padre, el gran Philip Seymour Hoffman†). Y ni qué decir del legendario Mark Hamill, quien nos regala uno de los villanazos del año.
“Camina o muere” es una película que te mantendrá al borde de la butaca, que hará que te comas las uñas. No me sorprende cuando escucho a algunos decir que piensan que es una de las mejores adaptaciones cinematográficas de la literatura de Stephen King. ¿Alcanzará el estatus de clásico indeleble como “Sueño de fuga”, “Miseria” o “Milagros inesperados” (por citar algunas)? Solo el tiempo y el público tienen la respuesta. Para mí, como mínimo, tiene el potencial para trascender como pieza de culto.