Hace unos días fuimos testigos de un acto político que intentó presentarse como un ejercicio de rendición de cuentas, pero terminó siendo un espectáculo de simulación. El informe de un año de gobierno de la primera mujer presidenta de México habló de un país que no existe, de una realidad que solo habita en los discursos del oficialismo. Lo que escuchamos fue un mensaje dirigido a las bases de Morena, no a la ciudadanía que todos los días enfrenta la inseguridad, la carestía y la corrupción.
Hablan de “honradez” y “combate a la corrupción” como si fueran principios vivos en la administración federal. Dicen que la honestidad ya no es la excepción, sino la regla. Se atreven a mentir mientras guardan un silencio cómplice ante la crisis provocada por el “huachicol fiscal”, esa red de corrupción que se estima ha desviado alrededor de 600 mil millones de pesos del erario, y que involucra a servidores públicos y empresarios cercanos al poder.
El régimen morenista ha perfeccionado la narrativa de la incongruencia, que en lo público predica la transformación, pero en las cámaras destruye los contrapesos. En el discurso dicen que México avanza hacia la transparencia, mientras en los hechos buscan el control absoluto al desmantelar los organismos autónomos, intentar someter al Poder Judicial y manipular el sistema de amparo para intentar callar a quienes los cuestionan.
De manera insensible reducen la salud a cifras que no coinciden con la realidad de un sistema colapsado. Las compras de medicamentos han estado plagadas de irregularidades, con sobrecostos millonarios, directivos sin sanciones claras y procesos opacos que aseguran haber solucionado. Pero los hospitales públicos funcionan al límite y la gente sigue padeciendo por falta de tratamientos y medicamentos. Para colmo, el gobierno pretende castigar a los estados que, como Jalisco, decidimos no entregar la salud de nuestra gente a un proyecto improvisado que ya fracasó.
En el mundo ideal de Morena hablan de austeridad, pero practican el derroche. Los lujos, viajes y privilegios de su clase política contrastan con la narrativa de sacrificio y rectitud. Casos como el de Adán Augusto López son un recordatorio de que el nuevo régimen repite los vicios del viejo sistema: nepotismo, enriquecimiento ilícito, aliados impunes y complicidades que se esconden bajo el manto de la lealtad partidista.
En seguridad, los números oficiales cuentan una historia distinta a la que nos quieren ofrecer. Dicen que los homicidios bajaron, que hay avances, que se fortaleció la coordinación con los estados. Pero en Sinaloa, Guerrero o Michoacán la gente vive con miedo, a expensas de gobernantes que han olvidado que su compromiso es con la gente y no con los intereses de su partido. Negar la realidad es una ofensa para las víctimas y un obstáculo para cualquier política seria de pacificación.
No se combate la corrupción protegiendo a los amigos, ni se defiende la democracia debilitando sus instituciones. No llegamos todas si no se puede garantizar que cada niña y cada mujer en este país puedan tener salud y seguridad. La “cuarta transformación” prometió cambiarlo todo, pero terminó repitiendo lo peor de la vieja política: la soberbia del poder, el uso faccioso del Estado y una corrupción que ya no se oculta, sino que se justifica.
El México real, el que Morena no quiere ver ni escuchar, exige justicia, transparencia y resultados, no una puesta en escena para mantener una burbuja de poder que cada día se aleja más de la gente.