Mario Muñoz

En un Zócalo lleno hasta las banderas, Claudia Sheinbaum celebró su primer año como presidenta. Cien mil personas, un escenario monumental, un discurso medido y un mensaje que resonó como un eco incómodo en los oídos del ex secretario de gobernación, Adán Augusto López: “Quien traiciona al pueblo, enfrenta a la justicia”.
La frase cayó como bomba entre los pasillos políticos. ¿Casualidad? ¿O mensaje con dedicatoria para los que se creyeron intocables? Porque recientemente, mientras el gobierno presume “la honestidad como regla”, se desmanteló una red de contrabando de combustibles en la mismísima Secretaría de Marina. Y claro, entre los nombres que flotan en los rumores, el de Adán Augusto López Hernández suena más que los mariachis en Garibaldi.
El tabasqueño, ex mano derecha de López Obrador y ahora aspirante frustrado a su sucesión, podría estar a punto de probar el sabor metálico de las rejas si la Fiscalía decide que los indicios de corrupción en Pemex y la Marina suben hasta donde los rumores dicen que suben. Pero tranquilos, que en México la justicia camina más despacio que un camión de redilas subiendo la carretera a Tapalpa.
Mientras tanto, Sheinbaum presume que 13.5 millones de personas salieron de la pobreza y que “la economía está fuerte”. Quizá lo está: las cifras son bonitas, redondas, casi tan redondas como el aplauso de los fieles que, con bandera en mano, gritaron “¡Presidenta, Presidenta!”. Pero el aplauso no borra las dudas. Porque una cosa es reducir la pobreza y otra muy distinta es reducir el cinismo, y en eso todavía nos falta un plan nacional.
Claudia aseguró que “el poder no es para enriquecerse, sino para servir con humildad”. Y uno no puede evitar imaginarse a más de un exfuncionario limpiando discretamente el sudor de la frente. ¿Será que por fin veremos a alguien de alto nivel pagar las consecuencias? ¿O la frase quedará archivada junto a tantos discursos sobre “la nueva moral pública”?
Si algo hay que reconocerle a la presidenta es su habilidad para marcar distancia de los fantasmas del sexenio anterior sin decir sus nombres. Pero la pregunta sigue flotando: 
¿Pisará la cárcel Adán Augusto o será otro capítulo del eterno guion político donde todos son inocentes hasta que se van de gira al extranjero? 
Por ahora, el público aplaude, el Zócalo vibra y la justicia… sigue afinando el paso.

¿Pisará la cárcel Adán Augusto?

El huachicol nunca se combatió con Andrés Manuel López Obrador. Con él inauguró las mañaneras, cerró ductos, desplegó soldados y juró que había acabado con ese cáncer nacional. Hoy, a un año de su salida, el tumor no sólo sobrevivió: hizo metástasis.
No sólo hablamos del huachicol clásico, ese de los piquetes a los ductos y los tambos escondidos en predios bajo construcciones de lámina. La joya de la corona es el huachicol fiscal, tan fino que hasta pasa por la aduana con factura en mano. Combustible disfrazado de aceites y aditivos, que entra como Pedro por su casa y le arrebata al erario la módica suma de 177 mil millones de pesos anuales. Eso sí es austeridad, pero para el fisco.
Pemex, por su parte, reporta un quebranto de 20 mil millones de pesos sólo en 2024 por el robo directo a sus ductos. Súmelo y verá: entre el huachicol tradicional y el fiscal, el país sangra recursos que podrían financiar escuelas, hospitales, medicinas… o al menos un par de trenes sin sobrecosto.
Y como si fuera novela de narcos, resulta que entre los principales implicados están nada menos que sobrinos políticos de Rafael Ojeda, secretario de Marina en tiempos de López Obrador. En la trama aparecen también capitanes, empresarios “patrióticos” y funcionarios aduanales que, en lugar de cuidar las puertas del país, las dejaron abiertas de par en par. 
¿Herencia de AMLO? Sí. El sexenio de la “honestidad valiente” cerró con 54 procesados y apenas nueve sentencias por huachicol. Mientras tanto, el negocio siguió corriendo a chorros. A la delincuencia organizada nunca le fue tan bien: toneladas de hidrocarburo, cuentas congeladas que se “descongelaban” con un guiño, y funcionarios que sabían mirar para otro lado.
La presidenta Claudia Sheinbaum presume decomisos récord: millones de litros asegurados en Tamaulipas, Coahuila y Baja California. Pero los expertos advierten lo obvio: mientras haya complicidad oficial, el huachicol seguirá siendo el negocio más rentable del país. Porque aquí el problema no es la manguera clavada en el ducto, sino la red de poder que protege a quienes la sostienen. 
Así que ahí está la herencia de López Obrador: un huachicol modernizado, institucional y hasta con código fiscal. Un modelo de negocios exitoso y descarado.

La herencia de López Obrador

No pasó ni un año desde que se fue Andrés Manuel López Obrador para que la cloaca se destapara por completo. La llamada Cuarta Transformación, que se vendió como la redención de los pobres y la esperanza de México, exhibe hoy su verdadero rostro: corrupción, excesos y cinismo en todos los niveles de la cúpula morenista.
Los lujos de sus dirigentes contrastan con la miseria de millones que siguen esperando justicia. La militancia calla, los cuadros obedecen y el aparato se protege con un discurso hueco que ya no convence a nadie. Pero lo peor aún está por verse: Morena le entregó un poder descomunal a las Fuerzas Armadas, y ahora los expedientes de marinos, militares y agentes de la Guardia Nacional ligados al huachicol revientan como bombas de tiempo. La percepción es letal: la 4T se volvió rehén de los mismos hombres armados que presume como guardianes de la patria.
Si alguien creía que Morena viviría una racha interminable de triunfos, los golpes de la realidad son demoledores. Ni siquiera Claudia Sheinbaum, con sus políticas públicas mejor diseñadas, podrá detener la sangría de credibilidad. El descrédito es mayor que cualquier programa social, beca o dádiva repartida con el dinero público. Las cifras podrán maquillarse, los indicadores podrán manipularse, pero la mancha de corrupción en uniforme verde olivo será imposible de borrar.
Morena se erige hoy como un partido hundido en contradicciones. Se llenaron la boca hablando de honestidad y austeridad, mientras levantaban palacios y se blindaban con camionetas de lujo. Hablaron de pueblo, pero se sirvieron con cucharón de oro. Y lo más cínico: entregaron el control de aduanas, puertos, aeropuertos y carreteras a los militares, como si México necesitara más autoritarismo disfrazado de disciplina castrense.
El 2027 será la verdadera prueba. Las elecciones intermedias revelarán si los mexicanos deciden castigar a un movimiento que traicionó su promesa fundacional. Y el 2030 será el juicio definitivo: saber si Morena se convierte en el PRI reencarnado o si termina desangrado por su propia soberbia y mentira.
Mientras tanto, la oposición parece un juguete roto, incapaz de capitalizar el desastre. Si siguen dormidos, ni la cloaca abierta ni el hedor insoportable bastarán para regresarlos al poder. 
Porque si algo deja claro la cloaca abierta de la 4T es que el cambio prometido fue solo maquillaje: un disfraz podrido que hoy hiede a traición, corrupción y poder militarizado. Y ese hedor, tarde o temprano, terminará asfixiando a Morena.

La cloaca

Cada año, las finanzas públicas del país parecen resistir con hilo y aguja. Entre el gasto creciente en pensiones, la deuda pública y los programas sociales, el Gobierno federal enfrenta una presión implacable. A esto se suma el fracaso de Pemex, que deja de ser motor económico para convertirse en un agujero negro que drena recursos. Ante esta situación, la receta oficial es clara: aumentar impuestos o crear nuevos gravámenes, sin importar el impacto social.
El ejemplo más reciente y evidente es el impuesto a las bebidas azucaradas, cuya recaudación estimada para 2026 saltará de 26 mil 797 millones de pesos a 75 mil 290 millones. El discurso gubernamental sostiene que el incremento busca desalentar el consumo de refrescos, en beneficio de la salud pública. Sin embargo, esta narrativa es una farsa. El verdadero objetivo es llenar las arcas del Estado, sin considerar la carga que esto representa para la población. No es una política de salud, sino una medida fiscal disfrazada.
Este impuesto refleja la fragilidad del modelo económico y fiscal del país. El sistema de pensiones, con un déficit estructural creciente, exige recursos constantes; la deuda pública sigue ascendiendo; y los programas sociales, aunque necesarios, no son sostenibles si dependen únicamente de la recaudación inmediata y no del crecimiento económico. Cada peso recaudado a través de impuestos regresivos termina siendo un paliativo, no una solución estructural.
El impuesto a los refrescos no es un caso aislado. Forma parte de una estrategia sistemática: si el crecimiento económico real no genera suficientes ingresos, el Gobierno traslada el costo a los ciudadanos. El efecto es claro: quienes menos tienen, terminan pagando la factura de un sistema fiscal que depende más de la presión tributaria que de la productividad y la inversión.
El dilema es evidente. Mientras no se implementen reformas profundas que fortalezcan la recaudación vía empleo, inversión y competitividad, medidas como el aumento al impuesto de las bebidas azucaradas seguirán siendo la principal fuente de ingresos extraordinarios. La retórica de la salud pública es apenas un pretexto; la verdadera prioridad es equilibrar las cuentas fiscales, aunque eso signifique sacrificar el poder adquisitivo de millones de familias.
En síntesis, el aumento del impuesto a los refrescos es un síntoma de la crisis fiscal que enfrenta México: ante el fracaso de Pemex, el gasto público insostenible y la deuda creciente, no hay otra alternativa para el Gobierno que trasladar el costo a la población. La salud, en este caso, queda en segundo plano; lo que importa es mantener las finanzas a flote, aunque sea a costa de los contribuyentes.

El impuesto que esconde la verdad

La oposición mexicana vive su peor hora. No es exageración: se trata de un bloque desdibujado, sin identidad, sin proyecto, sin cuadros políticos de peso en el ámbito federal, que enfrente al poder. Una oposición que se ha convertido en una caricatura de sí misma, reducida a la triste función de aplaudir o mendigar migajas, incapaz de plantarse con dignidad frente a un Gobierno federal que acumula poder y lo ejerce sin contrapesos reales.
El ejemplo más reciente lo dio Esteban Villegas, gobernador priista de Durango, quien no dudó en pedir una ovación de pie para Claudia Sheinbaum. Y lo hizo con entusiasmo servil, autoproclamándose “claudista”. ¿Puede alguien imaginar un espectáculo más grotesco que un opositor rindiendo pleitesía pública a la Presidenta a la que se supone debería criticar? Este episodio resume el naufragio: un priista convertido en porrista del poder. De lo peor.
La oposición se ha transformado en una fuerza centavera, dispuesta a vender sus principios por pequeñas cuotas de sobrevivencia política. PAN, PRI y PRD son apenas siglas sin alma, incapaces de articular una narrativa que conecte con la ciudadanía. Su “alianza” fue un pacto de sobrevivencia, no un proyecto de nación. Sus dirigentes carecen de visión y sus bancadas de ideas.
Mientras Morena avanza con disciplina férrea, aprovechando la maquinaria electoral y el respaldo presidencial, la oposición sigue atrapada en la mediocridad de sus propios liderazgos. No hay cuadros nuevos, no hay intelectuales de peso, no hay narrativa. Sólo gestos huecos y declaraciones que terminan en el vacío mediático. El resultado es claro: Morena no gana solo por su fuerza, sino porque enfrente no tiene adversarios, sino comparsas.
Las elecciones presidenciales de 2030 —y las gubernaturas intermedias— plantean un reto mayúsculo para quienes quieran disputarle el poder a Morena. El problema es que los opositores parecen más interesados en acomodarse en las sobras del poder que en construir una alternativa. Gobernadores como Villegas exhiben la rendición adelantada: se alinean con la Presidenta porque saben que su sobrevivencia depende más del favor oficial que del voto ciudadano.
Así, la oposición se convierte en un adorno, en un decorado del sistema que Morena ha erigido. No incomoda, no cuestiona. Acompaña. Y cuando alguien se atreve a criticar, lo hace con la timidez de quien no quiere cerrar las puertas del poder futuro. 
México necesita contrapesos reales, pero lo que tiene es una oposición que, por traicionar sus principios y perder identidad, se volvió irrelevante. Morena gobierna sin adversarios; del otro lado sólo quedan caricaturas políticas que se aplauden entre sí, mientras el país avanza hacia un nuevo monopolio del poder.

La oposición centavera

En Los Altos de Jalisco la política parece una mala broma: alcaldes que presumen cargo, pero no oficio. El problema no son solo ellos: es la gente que los elige una y otra vez, como si esperara que la mula aprenda a leer.
Dos veces me he quedado atorado en la autopista. Seis horas muertas en cada ocasión. Ni la de cuota ni la libre funcionan. Y mientras uno mastica el coraje en medio de la fila interminable, los alcaldes de Zapotlanejo, Acatic, Tepatitlán, Valle de Guadalupe, Arandas… en fin, ¿dónde están? Probablemente inaugurando una cancha de futbol siete con listón y mariachi, mientras las carreteras se convierten en un monumento al abandono.
Seamos francos: estos ediles no detonan inversiones, no gestionan obras, no mejoran servicios públicos. Pero cómo engordan la chequera personal, eso sí. Expertos en el arte del erario convertido en alcancía privada. Políticos fracasados como servidores públicos, pero astutos como mercaderes de la corrupción. Sus oficinas parecen más una ventanilla de favores personales que un gobierno municipal. 
El resultado es un paisaje de atraso: carreteras insufribles, comunidades olvidadas y un vacío de liderazgo que se llena con discursos huecos, fiestas patronales y fotografías en Facebook. Porque eso sí, nunca falta el “alcalde cercano a la gente” repartiendo abrazos y sonrisas impostadas, como si un filtro de Instagram pavimentara calles o atrajera inversión.
Y en cada elección, ahí están de nuevo: con la mano estirada, la sonrisa fingida y la cartera lista para engordar. Y, por increíble que parezca, la ciudadanía responde con votos, como si tuviera el síndrome de Estocolmo electoral: enamorada de sus secuestradores presupuestales. 
La pobreza política de Los Altos de Jalisco es, al final, reflejo de la resignación ciudadana. Se vota con fe ciega, se aguanta con paciencia de burro y se premia con reelección a quienes deberían estar en el banquillo de los acusados. No hay magia: la basura política se recicla porque los votantes así lo permiten.
¿Alcaldes inútiles? Sí. ¿Alcaldes gilipollas? También. Pero más grave aún: ciudadanos que prefieren el autoengaño antes que exigir dignidad. Al final, cada bache, cada bloqueo carretero y cada hora perdida en el tráfico es un recordatorio de que en Los Altos el poder se delega al mediocre… y se le aplaude como si fuera estadista.

Alcaldes inútiles

El gobierno federal prometió un sistema de salud “como el de Dinamarca”. Y sí, cumplió: solo que en la versión de Andersen, la de los cuentos de hadas, porque en la realidad mexicana lo que tenemos es un hospital fantasma, farmacias vacías y millones de pacientes esperando milagros que nunca llegan.
El Inegi acaba de poner los números en blanco y negro: mientras los pobres bajaron de 51.9 a 38.5 millones, los mexicanos sin acceso a servicios de salud se dispararon de 20.1 a 44.5 millones. Es decir, menos pobres… pero más enfermos abandonados. Una ecuación macabra: la gente tiene más dinero en la bolsa, pero si le da cáncer o diabetes, igual termina hipotecando la casa para comprar medicinas inexistentes en el “sistema universal”.
Todo comenzó con la demolición del Seguro Popular que, con sus defectos, al menos funcionaba. Se sustituyó por el Insabi, un cascarón inútil que no duró ni un sexenio. Después vino el IMSS-Bienestar, otra improvisación que en el papel suena bien, pero en la práctica no cubre ni la sombra de lo prometido.
Mientras tanto, el gran logro sanitario del sexenio pasado —la Mega Farmacia del Bienestar— se inauguró en 2023 con 10 mil millones de pesos y un anuncio presidencial digno de epopeya. Hoy, a casi dos años, es un mausoleo de estantes vacíos. El símbolo perfecto de un gobierno que confundió la salud con la propaganda.
Los pacientes oncológicos lo saben de sobra. En Jalisco, el propio gobierno estatal denunció que la federación apenas surte el 13% de las claves de medicinas contra el cáncer. Por eso padres y madres marcharon en Guadalajara, Cancún, Toluca o la Ciudad de México exigiendo algo tan básico como quimioterapias para sus hijos. Pero el mensaje oficial insiste en que todo estaría “regularizándose” entre el 15 y el 20 de agosto. Como si el cáncer entendiera de plazos burocráticos. Y fue falso. Ahora afirman que será en dos semanas.
El mapa del abandono sanitario también exhibe sus jerarquías: Chiapas, Puebla, Morelos, Oaxaca y Estado de México encabezan la tragedia. Jalisco, con su propio programa de Seguro Salud, logró un respiro, pero no puede sustituir la obligación federal.
En resumen: menos pobres en la estadística, más enfermos sin atención en la realidad. Se combatió a los pobres, no a la pobreza; se ahorró en medicinas, pero se gastó en elefantes blancos. Dinamarca quedó lejos, muy lejos. Lo que sí tenemos es un sistema de salud de tercer mundo, maquillado con discursos de primer mundo. Y eso, más que un fracaso, es una traición.

En el país del nunca jamás…

Claudia Sheinbaum arrancó su sexenio con tres piedras amarradas al tobillo: inseguridad, salud y Pemex. Tres lastres tan pesados que, para 2030, seguirán ahí… y tal vez más grandes.
Hoy nos vamos a detener en el más resbaloso: Pemex. La joya oxidada de la corona, el barril sin fondo que cada presidente promete rescatar y que, como Titanic tropical, siempre termina más hundido que antes.
La presidenta, con su característico optimismo de conferencia matutina, anunció que en 2027 Pemex “saldrá solito” y no necesitará de Hacienda. Lo dijo acompañada del secretario Édgar Amador, que asentía como quien oye a un niño afirmar que su perro habla inglés. La receta mágica: reducir la deuda, estabilizar las finanzas, mejorar la producción y, por supuesto, confiar en la disciplina fiscal de un Gobierno que ya abrió la chequera con un fondo de 250 mil millones de pesos.
Los números suenan bonitos… hasta que se les mira de cerca. La deuda total de Pemex ronda los 98 mil millones de dólares, con un pasivo laboral de 1.3 billones de pesos y una nómina de 133 mil empleados que cuesta más que todo el presupuesto anual de varios Estados juntos. Y aunque en el segundo trimestre de 2025 reportó utilidades, fue un respiro pasajero, como cuando un enfermo grave abre los ojos… y vuelve a caer en coma.
El plan incluye aumentar la producción de 1.6 a 1.8 millones de barriles diarios en 2027. Ojo: eso sigue muy por debajo de la meta de 2.6 millones que se presumía hace apenas unos años. Es decir, vamos a celebrar producir menos de lo que alguna vez prometimos. Todo mientras el huachicol sigue drenando 13 mil millones de pesos en seis meses, las refinerías operan a medias y Dos Bocas, la gran apuesta petrolera, se cuece a fuego lento entre retrasos y sobrecostos.
Los expertos son claros: Pemex pierde dinero refinando, se está quedando sin petróleo rentable y su tecnología parece sacada de un museo industrial. Pero la narrativa oficial es que con inversión pública y privada —esa misma que huye cuando huele ineficiencia—, la petrolera alcanzará la autosuficiencia.
Y aquí está la parte graciosa: para dejar de depender de Hacienda, Pemex necesita… más dinero de Hacienda. Es como curar la obesidad con pastel. O como decir que la casa dejará de caerse a pedazos después de tapar las grietas con cinta adhesiva.
Mientras tanto, la inseguridad sigue desbordada y el sistema de salud intenta funcionar con hospitales sin medicinas y médicos que parecen más voluntarios que profesionistas pagados. Pero eso sí: cada mañana, desde Palacio, se reparten esperanzas como si fueran vales de despensa o pensiones del Bienestar.
Pemex es el espejo perfecto de este Gobierno: grandilocuencia, diagnósticos correctos, soluciones superficiales y una fe ciega en que los problemas se resolverán por decreto. Y así como no habrá seguridad plena ni salud digna para todos, tampoco habrá un Pemex autosuficiente en 2027. Habrá, eso sí, otro plan de rescate, otro discurso esperanzador y otra ronda de aplausos… hasta que llegue el siguiente sexenio a repetir la historia.

Los tres talones de Aquiles

¿En qué momento la Cuarta Transformación cambiará de nombre para deslindarse de las irregularidades o las tonterías que estamos viendo? Será el día en que Claudia Sheinbaum declare abiertamente que su candidato presidencial es Omar García Harfuch. Antes, se harán pedazos en Morena.
No lo pierdan de vista: lo que está ocurriendo con el secretario de Seguridad va más allá de un discurso técnico o de una estrategia institucional. Es, en los hechos, la construcción de una figura política con alcance nacional. ¡Y telenovela incluida!
La semana pasada Harfuch hizo algo inédito. Lanzó una estrategia de comunicación directa con medios locales, ofreciendo entrevistas en línea con periodistas de distintas Entidades. Ningún funcionario federal de su nivel lo había hecho antes. Esa apertura —y disposición a responder preguntas incómodas— no es fortuita: forma parte del reposicionamiento de la imagen de la nueva era del Partido de Morena, pero el de Sheinbaum, que busca proyectar liderazgo, eficacia y cercanía.
Harfuch no necesita recorrer el país con mítines. Le basta con comunicar resultados tangibles y acercarse a los medios. Su tarea es sencilla en apariencia, pero de alto riesgo político: mostrar golpes certeros al crimen organizado, romper inercias y, sobre todo, consolidar una narrativa de seguridad confiable.
Durante su reciente encuentro virtual con medios de Jalisco, el secretario detalló que la reducción de 32% en homicidios entre septiembre de 2024 y septiembre de 2025 se debe a la coordinación con los Estados —otro dato importante: no se pelea con nadie y apoya a los gobiernos estatales, aunque sean de oposición—, el fortalecimiento de la Guardia Nacional y la mejora en inteligencia. Pero su discurso dejó ver el eje central de su gestión: extorsión y desapariciones. “Estamos trabajando en esos temas, principalmente”, subrayó.
A nivel operativo, destacó que la Estrategia Nacional contra la Extorsión duplicó las denuncias al número 089, pasando de 349 a 647 reportes diarios, con 386 detenidos en 19 entidades. Además, informó que en el primer año del gobierno de Sheinbaum se han detenido 34 mil delincuentes, decomisado 17 mil 200 armas y desmantelado más de mil 500 laboratorios.
Cada dato, cada cifra, cada aparición pública de Harfuch parece ensayar un mensaje político más que técnico: la narrativa del relevo, la transición entre el obradorismo fundacional y la versión institucional de Sheinbaum. 
Si algo ha demostrado, es que sabe comunicar poder sin alzar la voz. Incluso, acepta errores o se declara ignorante de los temas, pero ofrece entregar la información.
¿Sobrevivirá a las pugnas internas de Morena? Recuerden que López Obrador lo marginó cuando definió que fuera Clara Brugada la candidata a la Ciudad de México. 
¡Ya veremos!

Operación Harfuch