¿Para quién trabajan los gobernantes? Esa es la pregunta que me hago cada vez que ocurre un desastre natural (y uno que otro provocado).
La respuesta más fácil, aunque tal vez no la correcta, es que trabajan en beneficio de los ciudadanos, del pueblo, diría la mayoría. Pero no estoy tan convencido.
Lo que pienso después es lo que me suena más a la realidad: que trabajan por su propio beneficio. Así de simple.
Basta con ver lo que ocurre cuando hay un desastre de mayor o menor magnitud: la funcionaria o el gobernante en turno dedican su esfuerzo primordial a deslindarse de las responsabilidades. Nunca nada de lo que pasa es culpa suya. Sus asesores le proporcionarán tarjetas y documentos donde siempre el culpable es ese clima tan caprichoso, o la negligencia del opositor, personaje malévolo que suele aprovecharse de las desgracias para sacar raja política.
Una vez hecho ese deslinde, viene la etapa de la promoción. Para ello debe ir a las zonas en desgracia con chaleco color partido, pantalón de mezclilla, botas camperas de revista, y un equipo de personas que fluyen a su alrededor tomándole fotos, videos, e incluso transmitiendo en vivo la preocupación del político para que todos vean que sí trabaja (aunque insisto en que más bien lo hace para sí mismo).
La verdad es que el gobernante (todos, sin importar partido u origen) llegan al cargo pensando en su futuro puesto público. Para ello es que trabajan. Se trata de ganar simpatías y adeptos suficientes que les permitan obtener los votos suficientes tres o seis años más adelante.
Que no haya sorpresa: los políticos solo piensan en ellos. Ni modo. Así son las cosas. Y sí. Habrá quien piense lo contrario. Estoy dispuesto a conceder algunas excepciones. Será cosa de ver cuáles.