Donald Trump anunció esta semana que autorizaba a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) para llevar a cabo operaciones encubiertas en Venezuela, e incluso no descartó la posibilidad de operativos terrestres en aquel país. Esa decisión del presidente constituye uno de los atributos más directos del poder ejecutivo. Se llega a informar a miembros selectos del Congreso, pero los legisladores no pueden hacerlas públicas, y resulta difícil supervisar las posibles acciones encubiertas.
Tomando en cuenta la historia de intervenciones militares y las llevadas a cabo por parte de la CIA y el Departamento de Estado norteamericano, me parece que el jefe de la Oficina Oval se tardó en su anuncio. Es decir, si históricamente una estrategia que han utilizado en Washington para derribar gobiernos latinoamericanos, establecer dictaduras y conseguir cambios de régimen ha sido a través de las operaciones encubiertas de la CIA y el financiamiento de grupos opositores en las diferentes naciones que han intervenido, el anuncio trumpiano se esperaba hace tiempo.
La historia es larga. En 1954, la CIA armó el golpe de Estado contra el presidente Jacobo Árbenz, de Guatemala. En la invasión a Cuba en 1961 también participó. La CIA proporcionó armas a los disidentes de Rafael Leónidas Trujillo Molina en República Dominicana. La agencia intervino en el golpe de Estado en Brasil en 1964, y estuvo inmiscuida en el asesinato del “Che” Guevara en Bolivia, y por supuesto, en los golpes militares en Chile y Argentina, y en la formación y financiamiento de los Contras en Nicaragua.
Hasta hoy sigo pensando que una invasión militar a Venezuela como las llevadas a cabo en Panamá o la Isla de Granada, no resultarían en un día de campo para el Departamento de Guerra norteamericano. El tamaño del territorio venezolano es muy superior al de Panamá y Granada; la capacidad de respuesta militar también es mayor, y sobre todo, el régimen de Nicolás Maduro, no obstante tener una significativa oposición, también cuenta con un importante apoyo popular. Por lo tanto, pensar en acciones llevadas a cabo por la CIA para derrocar al mandatario venezolano parecen menos arriesgadas que usar al Ejército y la Marina estadunidense, aunque la fuerza desplegada en la región sea de un tamaño considerable: 10 mil soldados, ocho buques de guerra, aviones caza y un submarino.
Esto se enmarca en la estrategia desarrollada por el secretario de Estado, Marco Rubio, con la ayuda del director de la CIA, John Ratcliffe, para expulsar a Maduro del Palacio de Miraflores.
Todo lo anterior es una cosa, y muy otra, que de nueva cuenta el gobierno de Estados Unidos venga a querer determinar qué tipo de gobierno y bajo la jefatura de qué persona es el que se debe establecer en una nación latinoamericana. Esto no tiene nada que ver con el apoyo o no, que pueda tener Nicolás Maduro desde el exterior, sino con la decisión soberana, independiente y nacionalista que deben ejercer los venezolanos para determinar el tipo de gobierno que quieren tener.