Aquí vamos de nuevo: se nos presentó la Ley de Ingresos 2026 como si fuera una fórmula innovadora para fortalecer las finanzas del país. Con bombo y platillo se anunciaron cifras récord: más de 10 billones de pesos en recaudación. ¿Histórico? Sí. Pero, en realidad, es el mismo guion de siempre: una subida de impuestos disfrazada de responsabilidad fiscal que, curiosamente, siempre termina golpeando a los mismos: quienes menos tienen y quienes trabajan no solo ocho horas al día, sino doce o hasta dieciséis para conseguir apenas lo básico en casa.
Aquí hay algo evidente: esta ley no es una genialidad fiscal. Es el viejo truco de maquillar las finanzas con supuestos “ingresos” que, en el fondo, no son más que deudas… y deudas que pueden volverse eternas. Ojo con esto: El año que viene, de cada siete pesos que se planea gastar, uno será prestado. Pero el problema no es solo el endeudamiento en sí, sino el cinismo con el que se presenta: como si estuviéramos construyendo futuro, cuando en realidad estamos hipotecando el presente… y el de quienes vienen después. ¿Les suena esta fórmula? ¿Quién paga esa deuda? ¿Quién sostiene ese aparato cada vez más costoso? No son los grandes evasores fiscales, las refresqueras ni los monopolios que siguen blindados con beneficios fiscales que les permiten esconder sus utilidades en esquemas opacos. Aquí quienes pierden son las familias que ya no saben cómo estirar el gasto. Son las pequeñas y medianas empresas, que ven encarecer sus operaciones y que ahora también tendrán que enfrentar más impuestos sin obtener, a cambio, mejores servicios, más crédito o mayores garantías.
Ahora, la política de salud pública es cada vez más cínica. No bastó con reducir el presupuesto para 2026; además, se aumentará el impuesto a las bebidas azucaradas “por el bien de la salud”. Nos pintan una cruzada heroica contra la obesidad, cuando lo cierto es que no hay ni una sola estrategia seria de prevención, educación alimentaria o salud comunitaria detrás de esta medida. Digámoslo claro: No hay una visión integral, ni programas de alcance nacional, ni presupuesto adicional para revertir los indicadores de enfermedades metabólicas. Solo más recaudación a costa de quienes consumen esos productos, muchas veces porque son lo único que pueden pagar, no “por cultura” ni por tener hábitos dañinos, como nos lo han querido pintar durante décadas. Este problema de salud —como muchos de los que vivimos en México— se enraiza en la desigualdad y en la pobreza que nos da el “no me alcanza”.
Pensémoslo la próxima vez que vayamos a la tienda y notemos que el refresco o el jugo que compramos ahora cuesta más. No porque alguien esté cuidando nuestra salud, sino porque el Estado necesita dinero… y encontró, en el carrito de supermercado, una forma fácil de sacarlo. Sin darnos a cambio ni una sola campaña de prevención, ni una gota de educación nutricional. Es como si nos dijeran que la solución a los problemas de salud es simplemente cobrar más por ellos, pero sin darnos ni una herramienta para prevenirlos. El problema no es cosa menor; es profundo y estructural, y esta ley solo lo acentúa.
Seguimos atrapados en un modelo donde gastar más parece ser sinónimo de gobernar. Donde endeudarse más —sin mecanismos efectivos de fiscalización ni contrapesos— se vende como estrategia. Donde subir impuestos —sin redistribuir con justicia— se disfraza de modernidad. Esta Ley de Ingresos no corrige esos males: los perpetúa. Y lo hace con una narrativa optimista, pero hueca. La Ley de Ingresos 2026 posterga soluciones, empobrece a quienes ya sostienen la economía desde abajo y nos encamina a una preocupante dependencia de la deuda pública. Por eso alzamos la voz. Porque no se puede seguir gobernando con recetas caducas y pasadas de azúcar. Porque se necesita un nuevo pacto fiscal, con justicia, transparencia y visión de largo plazo.
Porque México no necesita más impuestos sin resultados, ni más deuda sin rumbo. Necesita una política fiscal coherente, humana, eficaz. Y esta ley, definitivamente, no lo es.