En México, las leyes nacen tarde. Llegan después del crimen, cuando el dolor ya tiene nombre y apellido. El feminicidio de Ángela Birkenbach, empresaria canadiense asesinada en Nayarit en 2023, no sólo reveló la brutalidad de un acto cometido –según la principal línea de investigación– por ambición y codicia; también expuso la violencia institucional que siguió a su muerte. Tres menores, hijos de Ángela, quedaron bajo tutela de la familia del presunto feminicida.
Dos años después, el caso vuelve al debate público. La diputada federal Claudia García Hernández, secretaria de la Comisión de Igualdad de Género, anunció una iniciativa que pretende llamarse Ley Ángela: una reforma que busca resguardar automáticamente a hijas e hijos de víctimas de feminicidio, suspendiendo de oficio la patria potestad, tutela o convivencias cuando el agresor sea el progenitor. La propuesta también prevé que, en casos excepcionales, pueda haber contacto supervisado sólo si un dictamen psicosocial independiente demuestra beneficio real para el menor.
La iniciativa es un intento por cerrar un vacío legal que permitió la revictimización. Porque la legislación vigente reconoce el derecho de convivencia del progenitor, incluso si está siendo investigado o vinculado a proceso por delitos graves contra la madre o los propios menores. Ese resquicio –sumado a la corrupción de la Procuraduría de Protección de Niñas, Niños y Adolescentes y del Poder Judicial que en apariencia está presente en este caso– ha hecho posible lo que debiera ser impensable: que los hijos de las víctimas terminen conviviendo con quien está acusado de arrebatarles a su madre.
El caso de Ángela es un espejo incómodo para Jalisco y para el país. No se trata sólo de una tragedia familiar, sino del retrato de un Estado fragmentado, incapaz de articular justicia entre jurisdicciones: Nayarit procesa el feminicidio, mientras en Jalisco se litigan la herencia y la custodia. Un laberinto burocrático.
La Ley Ángela llega como un intento de reparar lo irreparable. Pero también como una pregunta moral: ¿Por qué en México hay que legislar lo que debería ser un principio ético elemental como lo es proteger a la niñez frente a la violencia?