La noche del sábado, en la plaza central de Uruapan, Michoacán, durante la celebración del Día de Muertos, el alcalde Carlos Manzo fue asesinado a plena vista del público. Dos de los atacantes fueron detenidos y uno abatido en el lugar. La noticia no solo estremeció al país, sino que sacudió las redes sociales: habían silenciado a uno de los pocos políticos que se atrevieron a nombrar y denunciar sin rodeos, la realidad que padecemos en México.
Manzo sabía que estaba en riesgo. Desde su arribo al cargo en septiembre de 2024, lo había advertido; exigió apoyo al gobierno federal y estatal, y aunque el secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, señaló que sí contaba con protección, terminó cayendo a causa de siete disparos. Su muerte no es un hecho trágico más, de esos que abundan en México, sino un claro síntoma del fracaso del Estado en la pacificación del país.
Entre líneas, una verdad incómoda: ser bueno y franco en este país sale muy caro. Manzo decidió no callar ni ensuciar su nombre; esa decisión, aunque moralmente impecable, ha dejado a su familia sin un esposo, sin un padre y sin un hermano, mientras tanto, el discurso oficialista sigue siendo el mismo, y la estrategia de seguridad no se mueve ni un milímetro.
Cuando el Estado no protege y decide no actuar, permite que la muerte se vuelva instrumento de control político; para eso, el filósofo camerunés Archille Mbembe acuñó el término necropolítica, que no es más que ese control de quién puede vivir y también quién debe morir. En México, desde hace 7 años, bajo gobierno de Morena, cada quien se cuida por su propia cuenta.
¿Si el gobernante no protege al gobernado, qué pacto social prevalece? Ninguno, en realidad. Si Morena no asume su responsabilidad, si su gobierno es incapaz de garantizar la integridad nacional, su continuidad se vuelve insostenible. Las condenas enérgicas, el lamento de los hechos y las promesas de solidaridad no reparan nada porque el daño está hecho. La pregunta es, ¿quién va a caer? Porque un gobierno serio, en cualquier parte del mundo, buscaría llegar a las últimas consecuencias.
Lo cierto es que en México, el problema de la inseguridad se ha agravado más, desde que se convirtió en una guerra entre el Estado y su propia inacción. En este caso, como en muchos otros, no llegaron las revisiones de riesgos, el blindaje institucional, los recursos, ni la coordinación, lo único que llegó fue la negligencia de un gobierno que cada vez normaliza más la muerte.
Entre tanto, hay un reducto para reencontrarnos con la paz y la tranquilidad de habitar nuestros territorios, me refiero al de hacer comunidad y construir desde ya una alternativa a la indolencia de Morena; podemos hacerlo, porque ya lo hicimos antes.