La historia es larga e indisoluble. En el principio, el encontronazo fue terrible y sólo me referiré al caso de México-Tenochtitlan, porque desde que Cristóbal Colón llegó, empezó el genocidio en las islas del Caribe. Lo sucedido entonces fue brutal, tanto, que independientemente de otras motivaciones, por lo general no nos enseñan lo que pasó en el primer siglo después de la conquista en nuestras clases de historia.
Estudiosos de diferentes disciplinas, no sólo historiadores, sino también filósofos, semiólogos, etnólogos, demógrafos y antropólogos han investigado y documentado aquellos hechos dado su impacto; les ha llevado años llegar a conclusiones más o menos plausibles.
Uno de ellos es Tzvetan Todorov (1939-2017), un lingüista y semiólogo búlgaro-francés que escribió “La conquista de América” (1982) para tratar de dilucidar, a través del análisis de la historia y de los signos, cómo fue que los españoles derrotaron a los mexicas que estaban en su territorio y los superaban en número mil veces. Primero que todo, por supuesto que recomiendo este ensayo pero me referiré al punto del genocidio porque en estos tiempos, es donde se centra la polémica. Todorov concluyó que no se podía aplicar mejor que en este caso el término para describir la catástrofe demográfica que calificó también de hecatombe. Entre otras cuestiones analiza los grados de responsabilidad de los conquistadores con base en las causas de la muerte: si enfrentamiento bélico, si nuevas enfermedades o si ruptura del tejido social, explotación, abusos y malos tratos. Y también cita el estudio que por 20 años realizaron los historiadores demógrafos Sh. F. Cook y W. Borah: “Ensayos sobre la Historia de la Población. México y California” (1978).
Guillermo Bonfil Batalla (1935-1991), etnólogo y antropólogo mexicano, autor de “México profundo” entre muchas otras obras, también recurrió a estos datos para concluir lo mismo que Todorov. ¿Y cuál fue la conclusión? Cook y Borah encontraron que en 1519, cuando las huestes de Hernán Cortés pisaron suelo identificado hoy como mesoamericano en la península de Yucatán, había 25.3 millones de habitantes. Sólo cuatro años después, en 1523, dos posteriores a la conquista, ya eran 16.8 millones; en 1548, 2.6 millones de habitantes; en 1595, 1.3 millones y en 1605, un millón de habitantes y todavía no se completaba el siglo desde la caída de México-Tenochtitlan. Por supuesto se refieren únicamente a la población indígena en aquellos tiempos.
La brutalidad fue extrema y para documentarla, la “Brevísima relación de la destrucción de las Indias” (1552) de fray Bartolomé de las Casas es la fuente directa y demoledora de las prácticas de los conquistadores contra los pueblos originarios. Con base en este escrito es que surgió lo que se conoce como “leyenda negra” que ha llevado a académicos de ambos lados del Atlántico y de diferentes épocas a descalificar al dominico, nombrado en vida “defensor de los indígenas” y precursor de lo que hoy identificamos plenamente como derechos humanos.
Pese a las disposiciones de la reina Isabel la Católica, la esclavitud, el despojo y la explotación continuaron ya en la Nueva España; y los sucesivos monarcas, con todo y las Nuevas Leyes (1542) promulgadas por Carlos V ante la presión que ejerció Las Casas, no sirvieron de nada. Existía una máxima que se aplicaba en los territorios ultramarinos del imperio español cuando llegaba una orden de la metrópoli: “Acátese, pero no se cumpla”. Así fue por tres siglos, hasta que la resistencia permanente aunque desintegrada que se expresó durante toda la Colonia estalló en 1810 y ya nada volvió a ser igual.
Fue un genocidio, así que plantear que los gobiernos actuales ofrezcan perdón por eso, por las injusticias y por tanto dolor, no es más que la búsqueda de puntos de encuentro con la certeza total y absoluta de que no volverá a suceder, porque se condenan los hechos brutales y criminales de entonces. Es enfrentar el pasado para purgar y hacer catarsis, es empezar de nuevo sobre bases claras y ya no plagadas de remordimientos, resabios y agravios.
Después de la reunión oficial entre Andrés Manuel López Obrador y Pedro Sánchez, el jefe de gobierno español, en enero de 2019, fue que el entonces presidente de México envió la carta al rey en la que además se comprometía –y lo cumplió– a él mismo, como representante del Estado mexicano, ofrecer perdón a los pueblos originarios, un perdón que incluyó el diseño de planes de justicia vigentes y avanzando.
La carta se “filtró” en mal plan y las expresiones contra el mandatario deterioraron las relaciones, pero nunca se rompieron; son de un dinamismo tal que siguen su propio cauce tanto para celebrar como para cuestionar.
Para celebrar y para pensar que quizá haya una reconsideración con respecto a aquella carta, está el discurso del canciller español durante la inauguración en Madrid de la exposición: “La mitad del mundo. La mujer en el México indígena. Historias tejidas”, una muestra que presentan la Fundación Casa de México en España, el Gobierno del México y el Instituto Nacional de Antropología e Historia en cuatro sedes: la Casa de México, el Instituto Cervantes, el Museo Arqueológico Nacional y el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.
Antes, Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, dijo: “Me alegra inaugurar esta exposición que prolonga en el arte el mismo espíritu de diálogo, respeto y hermandad que unen a México y España”.
José Manuel Albares, el ministro de Asuntos Exteriores de España, empezó así su intervención: “Esta es una exposición que me produce una gran emoción. Emoción por la calidad de las obras expuestas […]. Emoción porque con esta exposición nos acercamos aún más a ese pueblo hermano mexicano que todos los españoles y españolas llevamos en el corazón. Y emoción también porque el significado profundo de lo que hoy inauguramos conjuntamente España y México, México y España, va mucho más allá de estas salas y estas piezas tan extraordinarias que podremos ver expuestas”.
Los lazos sólidos y firmes entre pueblos hermanos como México y España, dijo, cobran especial importancia en el contexto global conflictivo y complejo en el que estamos inmersos. Mencionó los premios Princesa de Asturias otorgados hace unos días a la fotógrafa mexicana Graciela Alvirde y al Museo Nacional de Antropología; las relaciones comerciales, las culturales, pero sobre todo, las construidas por españoles y mexicanos que viven en México y en España y por los estudiantes que eligen ambos países para su desarrollo académico y profesional. Y agregó: “Lazos […] profundamente humanos que se convirtieron en puentes cuando más necesidad hubo de ellos. España nunca olvidará y nunca dejaremos de agradecer la acogida del pueblo mexicano y del gobierno de Lázaro Cárdenas a los exiliados españoles que encontraron en aquella otra orilla del océano que nos une, la libertad que aquí les negaba la dictadura”.
El canciller agradeció a los mexicanos que nunca les dieron la espalda y a los españoles que desde México enriquecieron con su talento una historia compartida: “cultura, lengua, arte, ciencia, vínculos económicos, sociales, personales, familiares, todo eso de grande y positivo hay y ha habido en nuestras relaciones, en nuestra historia. Una historia muy humana y como toda historia humana, de claroscuros. Y también ha habido dolor; dolor e injusticia hacia los pueblos originarios a los que se dedica esta exposición. Hubo injustica, justo es reconocerlo hoy y justo es lamentarlo, porque eso es también parte de nuestra historia compartida y no podemos ni negarla ni olvidarla”.
Plantear el perdón para los pueblos originarios y solicitarlo, son acciones que efectivamente implican valentía pero también revelan la grandeza de quien lo hace. Este ejercicio no es nuevo. La humanidad acumula agravios de siglos, es preciso ir cerrando heridas no sin antes curarlas para que cicatricen bien. Otros, de otros países y otras épocas lo han hecho. El gobierno español también podría y, sí, este discurso se puede interpretar como que el camino se despeja para llegar a ese momento histórico.