La presidenta Claudia Sheinbaum decidió ayer salir de Palacio Nacional y caminar a la Secretaría de Educación, cruzando por el centro histórico de Ciudad de México. A su paso, saludaba y charlaba brevemente con quienes la reconocían. De pronto, un individuo que aparentemente estaba ebrio o drogado, se acerca por detrás de ella y la abraza inapropiadamente (ya mencionan el concepto “tocamientos”) e intenta besarla. La escena fue increíblemente absurda.
Hasta que se percató de lo que estaba pasando, quien ha sido identificado como director general de Ayudantía, Juan José Ramírez Mendoza, se acerca y separa al tipo. Fue evidente que desempeñó su tarea de manera torpe y fuera de tiempo. Es la presidenta de la república.
Claudia Sheinbaum Pardo no perdió la compostura. No se alarmó ni se agitó. Se quitó las manos del impertinente de encima y sonriendo, volteó a verlo mientras quienes la rodeaban caían en cuenta de que algo anormal estaba sucediendo. La presidenta se alejó y el individuo todavía le dijo en voz alta: “Claudia de América”.
El evento sería una escena chusca, casi simpática, si no ocurriera justo cuando se han desencadenado protestas violentas en Michoacán por el asesinato del presidente municipal Carlos Manzo, también en una plaza pública, mientras asistía a una festividad popular, el Festival de las Velas para el Día de Muertos.
No sería otra cosa que un descuido –imperdonable, pero descuido solamente– de los “ayudantes” responsables de la seguridad presidencial, si no ocurriera justo cuando se ha desatado una crisis de seguridad en el país por el asesinato del alcalde Carlos Manzo, que ha dejado en evidencia el poder del crimen organizado y el reto lanzado ante todos, provocando incluso que en la Casa Blanca, sede del gobierno de los Estados Unidos, se anunciara que se toma nota de la inseguridad y la violencia política en México.
Apenas un día antes, la presidenta del país había acusado de “carroñeros” a todos los que critican la estrategia de seguridad y el desempeño del gobierno federal y las Fuerzas Armadas ante el embate la delincuencia delictiva y el asesinato del alcalde. Se dejó ver molesta, fuera de foco; enojada con los críticos, sean políticos, periodistas o ciudadanos comunes. ¿Les importa Michoacán, les importa la familia? Claro que no. Preguntó y respondió. Y también responsabilizó por la violencia al expresidente Felipe Calderón.
Y en este paréntesis álgido, la presidenta salió a la calle y un tipejo pudo acercarse a ella y ponerle las manos encima, sin que los responsables de su seguridad tengan capacidad de reacción.
Los hechos ocupan el lugar de los discursos