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Arturo Garibay
Arturo Garibay

Cines de ayer

6 noviembre 2025
|
05:00
Actualizada
19:56

Además de escribir sobre cine, también soy profesor. Frecuentemente me toca escuchar conversaciones de mis estudiantes que intentan ponerse de acuerdo sobre a qué cine irán a ver determinada película. Es que tengo la suerte de tener estudiantes que sí van al cine. El punto es que sus discusiones siempre oscilan entre ir a Cinépolis o ir a Cinemex, e incluso a la Cineteca cuando se trata de ciertos filmes. Muy de vez en cuando aparecen en sus charlas otras salas, como el Cineforo o Cinery, a las cuales me consta que asistieron en los últimos días para poder ver “Frankenstein”, de Del Toro. También hay quienes, de pronto, han visitado el Cine Mayahuel, pero porque ha habido algún evento o proyección de interés muy específico para ellos. Aun así, casi siempre la charla gira en torno a una disyuntiva de dos polaridades: ¿ir a Cinépolis o Cinemex?

La última charla que me tocó escuchar me llevó —no sé por qué— a acordarme de las pantallas de mi infancia y mi adolescencia. Yo fui niño de los 80 y joven de los 90. En mi imaginario urbano aparecen nombres olvidados como Maxi, Bing, Chalita o Musical Lemus.

En la década de 1980 me tocó ver en el cine varios clásicos incontestables como las primeras pelis de “Star Wars” o “Indiana Jones”, las de “Volver al futuro”, los clásicos animados de Disney que reprogramaban en las matinés —como “El libro de la selva” o “Robin Hood”—. Es más, ya en mis días en los que me urgía cruzar el umbral entre la infancia y la preadolescencia, hasta llegué a ir al cine a ver las películas de los Hombres G.

Los templos donde nació mi cinefilia han muerto o se han convertido en algo que sepultó sus almas y tradiciones. Hablo de salas como la Charles Chaplin, allá por López Mateos y Reforma; las salas Lumiere (donde está ahora el Teatro Galerías); el legendario y adorado Cine del Bosque; también el cine que estaba dentro de Plaza del Sol y los Multicinemas de Organización Ramírez que estaban enfrente, hasta las salas “Gemelos” (yo llegué a ir mucho a la que estaba donde hoy es Cinépolis Plaza México). ¡Y ni qué decir de los Cinematógrafos! ¡Favoritísimos!

Me acuerdo también del Familiar Reforma, que es el que, en mis recuerdos, asocio con las matinés. Pero había más: las salas Del Ángel, el Variedades, el Gran Vía, el Ideal; creo que me acuerdo del Cine del Centro y de otros a los que no creo haber ido, pero sí haber visto, como el Alameda o el de Las Américas. Y luego está el Cine del Estudiante, del que sólo quedan sus despojos.

Pues nada, esos son algunos de los cines que me tocaron a mí. Sin butacas numeradas, sin crepas ni frapés, sin asientos reclinables para VIPs. Me gustan los cines de hoy, claro, pero aquellos santuarios fueron donde me enamoré del cine. Sólo éramos yo, mis palomitas y la pantalla plateada que, en la oscuridad, revelaba su magia.

*Las opiniones y contenidos en este texto son responsabilidad total del autor y no de este medio de comunicación.
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