A lo largo de siete décadas, el formato ha mutado para ser más inclusivo: ya no hay vetos por estado civil, maternidad o edad máxima, abriendo puertas a mujeres de todos los perfiles

Con solo dos días por delante para la gran final del certamen más emblemático del mundo, el escrutinio sobre cómo se elegirá a la Miss Universe 2025 gana intensidad. Esta 74ª edición, que se disputará el viernes 21 de noviembre en el Impact Arena, no solo pondrá a prueba la gracia y el carisma de 129 candidatas, sino que revelará un proceso de selección refinado, donde un panel de expertos y fases eliminatorias determinarán quién sucederá a la danesa Victoria Kjær Theilvig en el trono universal.

El camino hacia la corona inicia mucho antes de las luces del escenario principal. Cada aspirante debe conquistar el título nacional en su país mediante organizaciones franquiciadas, un filtro inicial que asegura solo las más destacadas viajen a la concentración internacional. En Tailandia, las participantes lucen brazaletes con sus banderas y se sumergen en un calendario repleto de evaluaciones: cenas formales, entrevistas privadas con el jurado, desfiles en traje de baño y eventos recreativos que fomentan lazos entre las concursantes.
Un componente clave es el programa “Beyond the Crown”, que mide el impacto social de cada una a través de sus proyectos personales o causas comunitarias, subrayando que la belleza trasciende lo superficial.
Las semifinales, a puerta cerrada y días antes del clímax, marcan el primer gran corte. Aquí, el jurado selecciona a las 30 favoritas tras interrogatorios profundos, donde se valora no solo la elocuencia, sino la autenticidad y la visión de mundo de las candidatas. La competencia de trajes típicos añade un toque cultural, permitiendo que cada delegada honre sus raíces con atuendos inspirados en tradiciones ancestrales. Además, las actividades incluyen inmersiones en la herencia tailandesa, como talleres deportivos y visitas a sitios emblemáticos, para enriquecer la experiencia colectiva.
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La noche estelar arranca con una presentación por países, seguida del anuncio de las 30 semifinalistas. La depuración continúa: de ellas emergen 10 tras intervenciones iniciales, que luego deslumbran en pasarelas de baño y gala, reduciéndose a un quinteto final. Estas cinco enfrentan una pregunta del jurado, que las filtra a tres. Una interrogante decisiva separa a la segunda finalista (tercera posición general), dejando a las dos últimas en vilo hasta el momento cumbre: de la mano, esperan el nombre de la ganadora, quien recibirá la corona “La Luz del Infinito” –un diseño que simboliza la belleza relativa, libre de medidas físicas, y enfocado en la dignidad representativa.
El jurado, conformado por ocho personalidades de renombre, es el eje del juicio. Evalúan presencia escénica, actitud, habilidades comunicativas, personalidad y respuestas a imprevistos, con un enfoque holístico que prioriza la inteligencia emocional. Entre sus miembros destacan Andrea Meza, Miss Universe 2020 de México y actual conductora de Telemundo; la modelo venezolana Sharon Fonseca, conocida por su trayectoria emprendedora; el artista brasileño Romero Britto, célebre por sus obras vibrantes; el periodista cubano Ismael Cala, con raíces en Canadá y EE.UU.; la tailandesa Nok Chalida, Miss Tailandia 1998 y defensora de la salud femenina; y el ícono musical filipino Louie Heredia, con múltiples discos de platino.

A lo largo de siete décadas, el formato ha mutado para ser más inclusivo: ya no hay vetos por estado civil, maternidad o edad máxima, abriendo puertas a mujeres de todos los perfiles. Esta edición cierra el ciclo 2025, allanando el terreno para el 75º aniversario en 2026, que se celebrará en el Coliseo José Miguel Agrelot de San Juan, Puerto Rico. Con el mundo pendiente de esta batalla de empoderamiento, Miss Universe reafirma su rol como plataforma de cambio, donde la corona no solo brilla, sino que ilumina causas globales.