Hay productos culturales que provocan en su “fandom” un fervor casi religioso. Lo vemos en piezas como “Star Wars”, “Harry Potter”, “FNAF” o el “Snyderverso”; en individuos como Taylor Swift o Rosalía. Sus acólitos ejercen una fidelidad incuestionable —y, en algunos casos muy específicos, hasta tóxica—. “Wicked” también tiene su “fandom”.
¿Cómo se comportará la feligresía de “Wicked” cuando finalmente haya visto la nueva película en los cines? ¿Serán fans críticos o se dejarán llevar a Oz sin ninguna resistencia, solo para caer sin reparos sobre las losas del camino amarillo? ¿Cómo vivirán la experiencia respecto a, por ejemplo, los espectadores “comunes”?
Son esos devotos radicales a quienes “Wicked” no tiene que volver a convencer. Los ha hechizado con sus encantos. Sus pupilas ven en verde y rosa. Pero luego están tanto el fan exigente como el resto del público (que, de hecho, representa la audiencia más grande). En este sentido, si vas a ver la peli por sus bondades estéticas, no tienes de qué preocuparte: sigue siendo una chulada, con una dirección de arte y una cinefotografía de ensueño. Si vas por las voces de Cynthia Erivo y Ariana Grande, las dos siguen cantando como los ángeles. Su “For Good” es épico. Si vas por su discurso sobre la amistad, la justicia, y por ese grito con el que pide que el mundo sea para todos y no solo para quienes retienen los privilegios, su espíritu sigue indemne (y esto es lo más importante).
“Wicked por siempre” es un festín visual y sonoro, sí. “Wicked” es inspiradora en el sentido más pop de la palabra. Pero también es una pieza inferior a la primera cinta. Siento que es imposible no notarlo.
El primer filme nos ofreció —a quienes nos gusta el cine musical (no solo “Wicked”, sino el género en sí mismo)— una experiencia integral: en el filme del año pasado lo visual y lo sonoro vibraban por todo lo alto, así como todos los aspectos dramáticos y narrativos. Aquella fue una pieza de relojería musical, con buen ritmo y con un universo construido impecablemente.
“Wicked por siempre”, en contraste, transita por un camino amarillo que parece calle tapatía: tiene sus baches. El ritmo del relato se cae constantemente, hay situaciones que ocurren casi casi “nomás porque sí”, las grandes revelaciones se sienten anticlimáticas; hasta tiene momentos más aburridos que efervescentes. Y se le nota, precisamente, porque el filme anterior no adolecía de estos males.
Algunos fans (de los recalcitrantes e irredentos) me han dicho que esto es así porque el segundo acto del musical teatral es así. Pues sí, pero “Wicked por siempre” no es el musical del teatro, sino la adaptación fílmica. Para eso están los recursos del lenguaje cinematográfico: para encontrar la mejor forma de contar esa historia audiovisualmente.
“Wicked” es, estructuralmente, una suerte de díptico: la primera mitad es luminosa, colorida, vibrante y envolvente. Ciertamente lo es. La segunda mitad es oscura, apesadumbrada, a veces hasta trágica. El director Jon M. Chu batalla con la cara oscura de la trama: le cuesta darnos esa cosa abrumadora que también define al arco dramático de Elphaba. “Wicked por siempre” no es ni sombría ni fulminante. Su intensidad es intermitente. Se percibe, creo yo, en la entereza del relato y la solvencia del ritmo. ¿Los tornados creativos, mediáticos y argumentales le pasaron factura?
En este punto, he visto dos reacciones entre los incondicionales de “Wicked”: los que ven en “Por siempre” una pieza intachable y los que, con ánimo más crítico, abrazan la película pero señalan sus fisuras. En lo personal, creo que en ella hay cosas para disfrutar y cosas para discutir, para conversar. Esa es la parte más mágica de ver cualquier película.