La maternidad suele entenderse como un espacio de protección, vínculo y crecimiento entre la mujer gestante y la persona que llega a la vida. Sin embargo, para muchas mujeres privadas de la libertad en México, esta experiencia se vive entre muros que alteran profundamente ese espacio de protección.
En un país donde más de 80% de las mujeres en prisión son madres, la condena no solo recae sobre ellas, sino que trasciende la vida de sus hijas e hijos, quienes terminan enfrentando una carga emocional y social, compartiendo la condena.
En nuestro país, la Ley Nacional de Ejecución Penal reconoce el derecho de las madres a vivir con sus hijas e hijos menores de tres años dentro de los centros penitenciarios, pero este derecho depende de la existencia de espacios adecuados. Aquí surge una paradoja: las autoridades penitenciarias suelen trabajar con presupuestos limitados para atender múltiples prioridades: alimentación, vigilancia y servicios básicos. Aun así, con el recurso disponible se han hecho esfuerzos significativos para crear en los centros femeniles lugares donde puedan recibir a las hijas e hijos de las mujeres privadas de la libertad, llamados Cendis (Centros de Desarrollo Infantil), espacios que buscan garantizar el cuidado materno-infantil.
Estos esfuerzos, aunque valiosos, no alcanzan a cubrir todas las necesidades relacionadas con las condiciones que deben garantizarse a las niñas y niños. La magnitud de las carencias que se vislumbran en estos espacios suele rebasar la capacidad institucional. En distintos centros, las mujeres han tenido que adaptar sus propias estancias para dormir junto a sus bebés. La voluntad existe; los recursos, lamentablemente, no siempre están a la mano.
Puente Grande ilustra bien esta realidad: de más de quinientas mujeres que se encuentran en el sistema penitenciario, únicamente 26 tienen la oportunidad de convivir con sus hijos, ya que la ley sólo permite que estén con sus madres desde su nacimiento hasta que cumplen tres años.
La situación es aún más dolorosa para quienes viven la maternidad desde la separación. Muchas mujeres pasan meses sin ver a sus hijas o hijos por la falta de recursos económicos de sus familias para visitarlas. Para las niñas y niños, la ausencia se convierte en un golpe emocional intenso: ansiedad, conductas autolesivas, tristeza profunda, lo cual sin duda podría marcarlos en su desarrollo.
Para las madres, la preocupación constante, y la lejanía de sus hijos se transforma en un estado de angustia que las afecta en su proceso de reinserción.
Gran parte de estas niñas y niños queda al cuidado de abuelas u otras mujeres, reproduciendo ciclos de sobrecarga, pobreza y desgaste emocional. Mientras tanto, más de la mitad de las mujeres permanece en prisión sin haber recibido una sentencia, lo que implica que muchas familias enfrentan estas rupturas incluso antes de que el Estado determine si existió culpabilidad.
Esto origina una dicotomía en todas las madres; primero, las que se cuestionan si vivir con sus hijos o convivir con ellos mientras se encuentran internas dentro del sistema penitenciario puede marcarlos y deciden alejarse. Por otro lado, aquellas que deciden no estar cerca de ellos, pensando en la huella que les dejará su lejanía.
Diversos organismos internacionales han señalado la necesidad de incorporar una perspectiva de género y de infancia en el sistema de justicia penal. Las Reglas de Bangkok insisten en explorar medidas alternativas a la prisión para mujeres que no representan un riesgo para la sociedad, especialmente cuando son cuidadoras principales. Este enfoque no solo protege a la niñez, sino que fortalece los procesos de reinserción social.
La maternidad en prisión revela un entramado de esfuerzos genuinos, limitaciones estructurales y deudas históricas. Es un recordatorio de que la justicia no puede entenderse únicamente como castigo; también debe proteger vínculos esenciales para el desarrollo humano. Repensar la política penitenciaria con una mirada que coloque en el centro a las niñas y niños es una tarea urgente, porque el bienestar de la infancia no sólo define su presente, sino el futuro posible de toda sociedad.