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7 diciembre 2025
Ismael Ramírez
Ismael Ramírez
Especialista en Medicina Familiar. Maestro en Farmacología. Dr. en Investigación Psicológica

Los padres y madres necesitan un cariño especial y respeto por los hijos

6 diciembre 2025
|
05:00
Actualizada
01:33

He afirmado en las últimas dos columnas que la medicina familiar/general no es una especialidad sobre el estudio de las familias, sino una disciplina médica que atiende a toda la familia de todos sus problemas de salud (física y mental), previene lo más posible y acompaña en todo tipo de problema crónico a las personas y sus familias. Sin embargo, el circunstancial nombre de “familiar” ha hecho que generaciones de médicos ingresen a sus filas movidos por sus deseos de reparar la familia en que nacieron (1). Esto los ha llevado a la adopción de principios y técnicas de la terapia familiar que no aplican al contexto del médico general.

En México es desconocida la obra de Michael Balint que dio claridad para formar relaciones terapéuticas con pacientes y sus familias (2).

Siguiendo esa tónica, explico un poco más lo que el filósofo Bertrand Russell consideró indispensables para educar a los hijos. Se trata del cariño especial y respeto por los hijos, que los considera seres únicos, no los continuadores de las metas que nosotros no pudimos lograr en la vida. Empezaremos por el cambio que el trabajo de la madre fuera de casa significó en la vida familiar.

La reducción del número de hijos

Según Russell (3), cuando las mujeres lograron ser profesionistas vieron que si tenían hijos peligraba su trabajo, el cariño de sus hijos y la relación con su pareja. Se sumó la presión económica y tener que vivir en casas o departamentos muy pequeños. Los niños juegan, lloran, disputan, hacen ruido y no dejan descansar a los padres. Salir de las ciudades para tener una casa más grande implicó largos traslados, fatiga y tiempo reducido con los niños. La felicidad simple de la familia que funciona bien desapareció, creció la insatisfacción. El número de hijos disminuyó.

Los hombres y mujeres tienen hijos porque no saben cómo evitarlos

Cuando Russell escribió su libro en 1930 no había anticonceptivos efectivos. Las opciones eran tener hijos o la abstinencia sexual. Era la época del desastroso coito interrumpido o la calendarización de la intimidad de la pareja. Hasta antes de la década de 1960-70 el número de hijos “no intencionales” probablemente era superior al actual 42 por ciento (4).

Felicidad o infelicidad según se forme a los hijos

En este punto, Russell nos recuerda que la fuente de felicidad más duradera que tiene la humanidad es la formación adecuada de los hijos. Esta felicidad es como un sentido de coherencia de que ha valido la pena vivir la vida. Cuando se ha fracasado en la formación de los hijos, la infelicidad (escondida de muchas formas) es una fuente de sufrimiento. Como ejemplo, narro una historia de mi práctica profesional: Un paciente que atendí por más de 20 años, profesionista reconocido, me narró un acontecimiento ocurrido en la fiesta de cumpleaños de un rico empresario del centro del país (usaré el acrónimo RE). Uno de los invitados al aniversario prodigaba elogios a RE por su “gran éxito en la vida”. RE, enfadado con los elogios, increpó a su invitado:

“Usted conoce a mis hijos X y Z, uno jugador que ha tirado su fortuna, es adicto al juego y el otro tiene hijos por todos lados. Dígame, ¿Eso es ser exitoso en la vida? Diga lo que soy, ¡un hombre rico, muy rico! Pero por favor, no me diga que soy un hombre exitoso”.

La familia es una unidad de seres complejos en una sociedad que la estremece

Formar una familia y tener hijos es una tarea de enorme complejidad, empezando porque las razones por las que las personas se casan suelen permanecen ocultas mientras viven. Aprendí de la corriente filosófica del interaccionismo simbólico que los humanos somos “seres intencionales”. La intencionalidad humana es altamente incierta, por eso confiamos en las relaciones a largo plazo y tenemos reservas con personas y familias que apenas conocemos. Dice la voz popular, “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Por eso, sería prudente que una nueva pareja pase al menos unos cinco años sin tener hijos mientras prueban su capacidad para hacer una vida juntos. No es garantía de estabilidad futura, pero al menos se reducen los daños potenciales a los hijos.

Vuelvo a Russell. Para él, la base de la familia es que los padres tengan algún tipo de cariño especial por sus hijos. Ese amor, cariño especial de los padres a los hijos, es un afecto fundamental para un hijo(a); en especial en los momentos de fracaso, de vergüenza, de dolor. Implica ternura, delicadeza y respeto. La peor pareja para procrear es el sociópata que carece de la capacidad para la empatía y consideración de los demás. Es una especie de máquina insensible, sin capacidad para el cariño y respeto por los demás. Estas personas abandonan a sus hijos porque es imposible para ellos (as) tener un cariño especial por sus hijos a pesar de las adversidades.

¿Educar para competir contra otros o educar para hacer nuestro mejor esfuerzo?

En nuestra cultura se encuentra normalizado educar a los hijos para competir con otros, en lugar de educarles para hacer su mejor esfuerzo en lo que hacen y que aprendan de sus errores. Quien compite contra otros para derrotarles, seguirá compitiendo en todo lo que hace porque dejar de hacerlo equivale a desertar de la competencia. Lo mismo ocurre cuando los padres elogian la “inteligencia especial de sus hijos” en lugar de la perseverancia, que es lo que nos mantiene aprendiendo y corrigiendo.

La necesidad de ejercer el poder parental

Cuando protegemos a nuestro pequeño hijo hacemos una protección simbólica de nuestro propio cuerpo, nuestro genoma en un nuevo ser. Tal vez por eso el afán de tener hijos biológicos. Pero, el hijo crece y demanda libertad progresivamente. Algunos padres no perciben estos cambios hasta que los hijos “se rebelan”. En mi práctica escuché frases como esta: “Doctor, dígame qué hago con esta muchacha que ya no me obedece, ya no sé qué hacer con ella…”.

Los padres pocas veces reflexionamos sobre nuestra intencionalidad en la formación de los hijos; así podríamos estar educándolos para que dependan de nosotros y nos obedezcan por siempre. Olvidamos que si damos de comer a un niño que ya es capaz de comer por su cuenta, pretendemos controlarlo. Conscientemente, pensamos que somos cariñosos ahorrándole molestias. También controlamos con miedos, forjando dependencia. En la adolescencia el chico puede rebelarse al control o someterse a una dependencia permanente y a su atrofia social.

El respeto profundo por los hijos (as) y el cariño especial por ellos

Quien desde lo profundo de su ser desea formar un ser autónomo y responsable, necesita tener profundo respeto por su hijo; jamás despreciará a los niños por su pequeño tamaño y poca fuerza, o cualquier otra cosa. También quieren a sus hijos con un cariño especial, hay otras formas de amor, pero este es único y es sentido por el hijo (a) y correspondido desde muy temprano en la vida. Ese tipo de padres podrán disfrutar de la alegría de la paternidad-maternidad. No sufrirán al controlar sus ansías de poder. Ni sufrirán cuando el hijo(a) sea autónomo, independiente. Sabrán que el maltrato puede expresarse en formas sutiles como ponerles sobrenombres despreciativos a los niños (as). Sólo los padres que respetan a sus hijos y les tienen un cariño especial podrán experimentarán una felicidad tierna y exquisita en la crianza (3). Estos padres no serán celosos de otras personas que les enseñarán mucho a sus hijos; valorarán la labor de los buenos profesores. También, se sentirán libres de pedir ayuda; nadie está dotado de un instinto celestial para formar hijos sin errores. Ofrecer disculpas sinceras es también enseñar a ser padres a los hijos. Si en lugar de reconocer errores espetamos “¡porque soy tu padre (madre)!” es momento de reflexionar.

Conclusiones

Russell nos legó la certeza de que hay una conexión básica en la humanidad que hoy parece extraviada: “Para ser feliz en el mundo actual, se tenga hijos o no, sobre todo cuando la juventud ha pasado, es necesario sentir que uno no es un individuo aislado cuya vida terminará pronto, sino que formamos parte del río de la vida que fluye desde la primera célula hasta el remoto desconocido futuro. Esta noción está inmersa en nuestros sentimientos naturales; no sentirla es anormal” (3).

Los médicos familiares/generales tenemos el privilegio de atender personas en todo tipo de circunstancias, conocemos el lugar donde viven, incluso su barrio. Es decir, conocemos momentos, versiones e interpretaciones parciales y provisionales de la vida familiar. A veces sabemos cosas profundas, como que la hija mayor no es del mismo padre que los otros hijos. Solo los que NO han sido médicos generales por décadas se atreven a decir que podemos conocer a familias concretas con instrumentos estandarizados.

Posdata: El sistema sanitario mexicano ha hecho muy difícil mantener la relación de largo plazo del médico familiar/general con sus pacientes. Ese es un problema con muchas implicaciones.

Referencias bibliográficas

1.​Nieto, M. (1 de Diciembre de 2025). Tataranietos. Genealogía viva. Recuperado el 1 de Diciembre de 2025, de Tataranietos: https://tataranietos.com/mireia-nieto-genealogista-barcelona/

2.​Daurella, N. (2013). Falla básica y relación terapéutica. La aportación de Michael Balint a la concepción relacional del Psicoanálisis. Madrid: Ágora Relacional.

3.​Russell, B. (2004). La conquista de la felicidad. Barcelona, España: DeBOLSILLO.

4.​Valerio, C., Norby, M., & Kremsreiter, P. (2025). Options for unintended pregnancies. American Family Physician, 111(4), 352-360.

*Las opiniones y contenidos en este texto son responsabilidad total del autor y no de este medio de comunicación.
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