En estos tiempos aciagos que vivimos en el mundo, las fuerzas políticas nos han arrinconado a un lado o a otro del espectro ideológico. Quiero llamar la atención sobre esto porque, de pronto, con el cuento del comunismo, se manipula impunemente y, en realidad, quienes lo hacen, pretenden conducir a la humanidad a un escenario, a una realidad sin libertades (aunque la pregonen y se les llene la boca) y sin democracia, esa que dicen defender, esa que, afirman, está en peligro cuando no es así.
Es un fenómeno mundial y hemos sido testigos del avance de fuerzas de derecha y de derecha extrema en diferentes puntos del globo terráqueo. Recibimos noticias de un gobierno como el de Javier Milei, que tiene sumida a Argentina en una de las peores crisis económicas y sociales de su historia y eso ya es mucho decir. Un país latinoamericano donde el gobierno persigue a sus propios ciudadanos, a sus electores, particularmente si son pobres o forman parte de las poblaciones que deberían ser atendidas a través de programas sociales como los adultos mayores.
Tenemos al presidente del país vecino del norte que persigue migrantes de manera selectiva (¿o han escuchado que persiga a migrantes italianos –más de 18 millones– o irlandeses –36 millones– por ejemplo?) con un componente discriminatorio y racista que de plano no se oculta: contra los migrantes de ascendencia latina, particularmente mexicanos y, más recientemente, contra la comunidad de somalíes asentados en Minnesota contra la que ahora ha enfocado sus “misiles”.
Y no sólo eso, también actúa contra los propios estadounidenses en los hechos y con alegorías escatológicas contra los que se manifiestan por millones en las calles, inconformes con su gobierno; porque ha recortado los presupuestos de los programas sociales y no ha tenido éxito en reducir la inflación al implementar no estrategias productivas, sino una guerra arancelaria mundial.
Otra muestra es Italia. Es cierto, recién se aprobó una ley contra el feminicidio, en gran medida resultado de la presión social, pero la primera ministra, Giorgia Meloni, recortó 70 por ciento el presupuesto para programas preventivos de las violencias y, en la misma línea de los gobiernos de ultraderecha en el mundo, mantiene feroz su política contra los migrantes. Aparte, se cuentan hasta el momento tres huelgas generales por otros recortes presupuestales para pensiones y porque los salarios se mantienen bajos en medio de una inflación creciente. Aquí, otra vez, la gobernante toma decisiones contra su propio pueblo.
Reitero que el fenómeno es mundial y con noticias nada alentadoras, como lo que sucedió hace unos días en Alemania, donde se refundó el movimiento juvenil del Partido de ultraderecha Alternativa para Alemania y la participación de uno de los candidatos escandalizó al mismo partido (ya lo expulsaron) y generó manifestaciones opositoras en las calles.
El joven se llama Alexander Eichwald y fue suspendido desde la pronunciación del discurso que debía durar diez minutos: en el minuto cuatro le pidieron que no continuara porque evidentemente estaba imitando en gestos y en pronunciación, al mismísimo Adolfo Hitler. Lo peor de este asunto es la metáfora xenofóbica, ultranacionalista en los términos que le conocemos a la Alemania de la Segunda Guerra Mundial: “la izquierda dice que los nacidos en Alemania son alemanes… a un cerdo nacido en el establo de una vaca no le diríamos que es una vaca”.
Los componentes del discurso de derecha y ultraderecha son fácilmente identificables en el mundo y no los podemos perder de vista: discriminación, racismo, clasismo, xenofobia, exclusión, discursos de odio, políticas anti migratorias. Desde los gobiernos ubicados en ese lado del espectro ideológico, la reducción presupuestal de programas sociales y las medidas, acciones y decisiones neoliberales extremas para reducir al Estado a su mínima expresión. Falta de humanismo y desconexión total de las realidades sociales; manipulación mediática, fake news y, si no son gobierno, inversiones millonarias para desestabilizar a los gobiernos en turno.
En nuestro país, más allá de pensar en partidos de oposición que realmente parece que ni existen, sí hay fuerzas que impulsan a través de redes sociales y en varios medios de comunicación masiva, discursos con estos componentes manipulando de manera muy peligrosa, por ejemplo, las creencias religiosas.
De un lado tenemos a algunos pseudo historiadores que no lo son y que están falseando la historia mientras dan por sentado que lo que ellos dicen es lo que piensan, saben o sentimos todos los mexicanos.
Hablar, por ejemplo, de “resentidos con la conquista” es banalizar al máximo un hecho histórico fundamental que se debe estudiar y comprender en su justa dimensión; se equivocan también los que niegan la leyenda negra atribuida a España por el genocidio causado justo en el enfrentamiento con los habitantes originales de este territorio hace más de 500 años. O, desde España, que se diga que en realidad los “conquistadores” españoles “nos salvaron” de los mexicas; o que no se reconozcan las profundas desigualdades que se arraigaron durante toda la colonia; o que se diga que no fue colonia.
Este es un discurso de derecha que minimiza y desacredita las reivindicaciones propias de un pueblo que fue aplastado, invadido y explotado; y que niega las resistencias y las rebeliones que se dieron a lo largo de la dominación española, por tres siglos hubo sucesivos intentos por deshacerse del imperio español.
Y también están los que quieren descalificar la guerra de Independencia y a las demandas enfocadas en los indígenas y los campesinos que abanderaron Hidalgo y Morelos. En esta misma corriente de pseudohistoriadores o historiadores de derecha, se pretende denostar a Hidalgo sobre todo; mientras se exalta a Iturbide. Si es así, estamos ante un discurso de derecha.
Desde la derecha extrema se está recurriendo, entonces, a estos pseudohistoriadores y también a corporaciones poderosas con una capacidad de manipulación peligrosísima. En México, por fortuna, hay tolerancia religiosa y todas las creencias son respetadas; no hay indicios de persecución alguna aunque estas voces lo infieran o en el anonimato del cualquier púlpito mientan descarada y abiertamente.
Esto es lo que representa la ultraderecha en el mundo, no libertad, ni democracia. De hecho, estos gobiernos, como hemos visto en los ejemplos aquí expuestos, combaten y limitan las libertades y no actúan inspirados en los valores democráticos como pregonan. Invaden, intervienen, persiguen, juzgan, encarcelan, asesinan.
Me llama la atención que mucha gente en México no se percate de esto, que no se dé cuenta de los embates constantes desde esa postura ideológica, no por el bien de México y los mexicanos, al contrario. Por favor.
Las tensiones que generan en los países los representantes de derecha y de ultraderecha, las falsas banderas que enarbolan; las mentiras que repiten ad infinitum, están a la vista, son claramente identificables, son el sustento de una manera de operar que no dudan en financiar aunque represente gastar millones y millones de dólares. El fenómeno es mundial, pero hay que estar al alba y no perderle pisada.
Joan Manuel Serrat llamó la atención sobre esto en su reciente participación en la Feria Internacional del Libro: “Lo que ocurre es que vivimos en una época muy miserable y de verdad los gobiernos en general de los países poderosos tienen en la emigración un caldo de cultivo favorable para la derecha para defender argumentos que son incapaces de defender a partir de la solidaridad de la humanidad, de […] todos los valores que el humanismo puede aportar”. Hay que darse cuenta.