El origen de este escenario remite directamente a las raíces del artista en Puerto Rico. Inspirada en una vivienda tradicional de barrio en Humacao, la réplica se basa en el set utilizado para el cortometraje Debí tirar más fotos, que sirve como eje conceptual de la gira.

El fenómeno de Bad Bunny sigue intensificándose en la capital mexicana, donde sus ocho presentaciones en el Estadio GNP Seguros han agotado boletos con antelación, consolidando su DeBÍ TiRAR MáS FOToS World Tour como uno de los espectáculos más destacados del calendario anual.
En este contexto de expectación colectiva, un componente clave del montaje ha captado el interés general: La Casita, un escenario secundario que redefine la interacción entre el artista y su audiencia, incorporando elementos de tradición y proximidad.

La polémica que envuelve a este elemento escénico surge principalmente de su posicionamiento en el recinto. Para las fechas en CDMX, La Casita se ubica en la sección General B, una zona de acceso más asequible en términos de precios de boletos.
Esta colocación ha generado descontento entre seguidores con entradas en categorías premium como PIT, Preferente y General A, quienes perciben que durante el segmento íntimo quedarán en desventaja, distanciados de la acción central.
Por el contrario, defensores de la decisión destacan su valor inclusivo, argumentando que democratiza momentos únicos para un público más amplio, alineándose con el ethos de comunidad que promueve el reguetonero.
Más allá de las disputas logísticas, La Casita representa un gesto de autenticidad cultural. Dentro del concierto, el intérprete abandona el escenario principal, dominado por producciones masivas y energías colectivas, para refugiarse en esta estructura que evoca calidez hogareña.

Allí, las interpretaciones adquieren un tono más relajado, con posibles arreglos acústicos, iluminación tenue y la presencia ocasional de invitados, generando un contraste deliberado con la euforia general del show. Esta transición no solo modula el ritmo de la velada, sino que invita a la reflexión sobre temas de origen y pertenencia, convirtiéndolo en uno de los instantes más memorables para los asistentes.
El origen de este escenario remite directamente a las raíces del artista en Puerto Rico. Inspirada en una vivienda tradicional de barrio en Humacao, la réplica se basa en el set utilizado para el cortometraje Debí tirar más fotos, que sirve como eje conceptual de la gira.
La estructura, diseñada por Mayna Magruder Ortiz y construida bajo la dirección de Rafael Pérez Rodríguez, captura la esencia de una casa humilde con vibras caribeñas: colores vibrantes, detalles nostálgicos y una arquitectura sencilla que traslada la audiencia a un entorno familiar.
Su debut formal ocurrió durante la residencia de Bad Bunny en la isla, en el espectáculo No me quiero ir de aquí, donde la conexión inmediata con el público motivó su inclusión en la gira global.

Este simbolismo trasciende lo visual para anclar el espectáculo en una narrativa más profunda. La Casita actúa como puente entre el estatus internacional de Bad Bunny y sus comienzos en entornos modestos, fusionando el esplendor de un evento masivo con la intimidad de lo cotidiano.
Para los fans que han experimentado la gira en otras plazas, este detalle ha sido calificado como el clímax emocional de la noche, al humanizar al performer y fomentar un sentido de unidad colectiva.
En CDMX, donde la fiebre por el conejo malo ya palpita en las calles, La Casita promete elevar el concierto a una dimensión más personal, aunque no exenta de debates sobre equidad en la distribución de experiencias.

Aun con las críticas sobre el impacto en la visibilidad hacia el escenario principal —especialmente para quienes ocupan General B, donde podría interferir en las vistas—, el elemento refuerza el compromiso del artista con sus orígenes.
La medida, según observadores, subraya una filosofía de accesibilidad que prioriza la esencia sobre la jerarquía, permitiendo que sectores más amplios del público participen en la magia íntima.
De esta forma, el tour no solo entretiene, sino que dialoga con identidades culturales, haciendo de cada función un homenaje a la herencia puertorriqueña en medio de la arena global.