Bastó una semana para que dos municipios del interior de Jalisco exhibieran la misma fractura profunda: gobiernos locales que no pueden garantizar ni su propia integridad. Techaluta perdió su arsenal por culpa de dos de sus propios policías; Tequila perdió su gobernabilidad a manos de su propio alcalde. Dos historias distintas con un mismo diagnóstico: Instituciones que se rompen desde adentro.
Ambos casos revelan una fragilidad institucional justo en el nivel donde el Estado debería ser más cercano, más confiable y más transparente para el ciudadano. Porque si el pacto social se quiebra —ese acuerdo básico en el que la ciudadanía confía en su autoridad a cambio de orden, protección y servicios—, primero se quiebra en lo local, en el municipio, en la administración desde donde se gestiona lo cotidiano.
El caso de Techaluta es brutal en su simpleza: Dos policías y un taxista involucrados en el robo de armas y dinero público, siguiendo una llamada telefónica que jamás debió tener validez operativa. Un arsenal completo trasladado en un taxi, como si el aparato de seguridad municipal fuera un cascarón atravesado por cualquier instrucción improvisada. ¿Cómo puede una comunidad confiar en una institución que no sabe ni defenderse de sí misma?
Tequila, por su parte, exhibe otro tipo de colapso: El del poder que deja de entender su propia función. Un alcalde que pretende clausurar a su principal industria —no por razones técnicas, sino por presiones, excesos y cálculos fiscales mal sustentados— pone en riesgo la certidumbre jurídica que sostiene a toda una región tequilera. Diego Rivera, alcalde de Tequila, se mostró arbitrario; las seis denuncias en su contra en la Fiscalía Anticorrupción sugieren que esa arbitrariedad no fue un accidente, sino su estilo de gobierno.
Para completar el cuadro, la defensa política del alcalde vino directamente de la dirigencia estatal de Morena. Su presidenta en Jalisco, Erika Pérez, acusó al gobierno estatal de “defender a los poderosos”, ignorando que el conflicto se originó en el intento del Ayuntamiento de incrementar hasta 20 veces el cobro del predial, además de imponer multas y recargos por cerca de 60 millones de pesos.
Lo que revelan Techaluta y Tequila, cada uno a su manera, es que Jalisco avanza en infraestructura, inversión y crecimiento, pero arrastra municipios que se administran como si fueran pequeños reinos, desconectados de toda lógica estatal y esto es algo que no deben dejar de lado porque —reitero— los municipios son la primera línea del Estado. Si esa línea se rompe, todo lo demás —la economía, la seguridad, la convivencia— puede también comenzar a verse endeble.