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18 diciembre 2025
Claudia Salas
Claudia Salas
Diputada federal de Movimiento Ciudadano por Jalisco

Pobres Reyes Magos

17 diciembre 2025
|
05:00
Actualizada
00:37

Todavía no es 1 de enero y ya tenemos resaca. No de brindis, sino de precios. Se irá el confeti, se guardarán los deseos y llegará puntual la realidad: Todo más caro. Nos dirán, eso sí, que el salario mínimo está “más alto que nunca”. El detalle es que en la vida real ese aumento no alcanza ni para tapar el hoyo que deja la inflación. Pobres Reyes Magos.

Ellos, que cargan sacos llenos de ilusiones para niñas y niños, ahora también tendrán que cargar con la inflación, los aranceles y una economía que aprieta justo donde más duele. Comprar juguetes será, para muchas familias, un acto de equilibrio digno de circo. La industria ya lo avisó sin rodeos: Los juguetes pueden encarecerse hasta en un 35%, según el material, el origen y el humor del mercado. No es estrategia de venta ni exageración navideña: Es la suma de materias primas más caras, importaciones castigadas y decisiones que siempre terminan cobrándose en la caja.
Basta darse una vuelta por cualquier juguetería de la ciudad. Muñecas que antes eran “posibles” ahora se miran como si fueran de museo. Carritos, videojuegos, rompecabezas, pelotas… todo sube. No porque los Reyes se hayan vuelto ambiciosos, sino porque el sistema decidió que la ilusión también paga aranceles.
Y cuando el dinero no alcanza, aparece la creatividad forzada: menos regalos, versiones miniatura o el clásico “luego vemos”. En México llevamos años aprendiendo que la ilusión, como el gasto, también se ajusta.

Pero la cosa no se queda en los juguetes. El aumento de precios se cuela en lo básico, en lo que no admite espera ni sustitución. Ahí están las toallas femeninas. Ese producto indispensable que millones de niñas y adolescentes empiezan a usar desde edades tempranas, todavía rodeado de silencios incómodos, y que depende de insumos como el algodón, hoy más caro. Pero eso parece no incomodar a nadie en las mesas donde se toman decisiones.

Encarecer las toallas femeninas no es un detalle técnico. Ojo. Es una decisión que tiene consecuencias muy concretas. UNICEF nos dice que en México, una de cada cinco niñas abandona la primaria o la secundaria por miedo a mancharse, por vergüenza o por no tener acceso suficiente a toallas femeninas. No es exageración ni consigna. Esa cifra en algunas regiones sube hasta 43% y es una realidad documentada que las feministas llevamos décadas señalando.

Cuando el precio sube, la desigualdad se profundiza. Se falta a clases, el cuerpo se vuelve problema y la pobreza se vuelve costumbre.

Mientras en los discursos se habla de aranceles como si fueran simples porcentajes, en la vida real una familia decide entre comprar un paquete de toallas o completar la despensa. Y casi siempre gana la despensa. La canasta básica sigue su escalada sin remordimiento: Huevo, aceite, tortillas, frutas, verduras, carne. Todo cuesta más, y para muchas familias, el golpe se siente como un 30 o incluso 40% más en el súper y el mercado, aunque compren lo mismo o menos.

Este escenario no es casual. Tiene nombre y decisiones detrás. Una de ellas es la subida de aranceles, vendida como defensa de la industria nacional, pero vivida como encarecimiento generalizado. Se castigan importaciones, se encarecen insumos y se deja a las empresas locales mirando cómo competir sin apoyos reales.

De paso, se adopta con sorprendente entusiasmo una lógica ajena de castigar a socios asiáticos porque así lo dicta el humor político de Donald Trump, aunque el costo lo paguen los de siempre.
Mientras algunos debaten quiénes deberían ser los socios comerciales “ideales” para México, miles de familias solo ven el resultado final: Pagar más por lo mismo y no tener margen. No ven tratados, ni geopolítica, ni soberanía económica. Ven precios. Ven tickets. Ven cómo el dinero se esfuma antes de llegar a la quincena. El problema de fondo no es solo económico, es de prioridades.

Se habla de macroeconomía mientras la microeconomía del hogar se desmorona. Se discuten aranceles como si no tuvieran rostro, cuando en realidad tienen nombre, edad y colonia.

Tienen forma de juguete que no se compra, de niña que falta a la escuela, de madre que estira el gasto hasta donde ya no se puede.
El ilusionismo del Año Nuevo dura poco. Se acaba cuando la caja registradora marca un total más alto, cuando el cajero pregunta “¿algo más?”, y la respuesta es un tajante no. Cuando el carrito trae menos cosas que la visita pasada. Ahí se termina la narrativa triunfalista del “vamos bien” y empieza la vida real.

Pobres Reyes Magos. Este 6 de enero no competirán contra el Grinch, sino contra la inflación, los aranceles y una política económica que parece olvidar lo elemental: Gobernar también es cuidar el bolsillo, porque a muchas familias, simple y llanamente, ya no les alcanza.

*Las opiniones y contenidos en este texto son responsabilidad total del autor y no de este medio de comunicación.
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