El 2026 se asoma en el calendario como un año que el oficialismo quiere vender envuelto en banderas, estadios llenos y discursos triunfalistas. El Mundial de Futbol será, sin duda, un evento relevante para México y particularmente para Jalisco, pero sería un error y una irresponsabilidad, confundir la fiesta deportiva con una evaluación seria del rumbo del país y del Estado. El balón podrá rodar, los reflectores encenderse y las cifras de visitantes inflarse; la realidad, sin embargo, no se maquilla tan fácilmente.
En materia económica, las expectativas no son alentadoras. México llega al 2026 con un crecimiento frágil, sostenido más por inercias externas que por decisiones internas acertadas. La inversión privada sigue mostrando cautela ante la falta de certeza jurídica, reglas claras y políticas públicas que incentiven la productividad. El discurso oficial insiste en que “vamos bien”, pero basta hablar con pequeños y medianos empresarios para constatar otra cosa: Menos crédito, mayores costos, inseguridad y un mercado interno que no termina de despegar.
Jalisco, que históricamente ha sido uno de los motores económicos del país, no es ajeno a este panorama. El dinamismo que presume el gobierno estatal convive con realidades incómodas, obras estratégicas inconclusas, un campo abandonado y sectores productivos que sobreviven más por su capacidad de resistencia que por el respaldo institucional. Apostar a que el Mundial compensará estas debilidades es una visión corta, un evento de unas cuantas semanas no sustituye una política económica sólida de largo plazo.
En seguridad, el escenario es aún más preocupante. A nivel nacional, la violencia se ha normalizado; las cifras de homicidios, desapariciones y delitos de alto impacto siguen siendo inaceptables, aunque se intente suavizarlas con comparaciones convenientes o narrativas optimistas. El ciudadano no vive de estadísticas; vive de su experiencia diaria, y esa experiencia sigue marcada por el miedo y la impunidad.
Jalisco enfrenta una crisis de seguridad que no admite disfraces. La presencia del crimen organizado, las desapariciones y la percepción de inseguridad son problemas estructurales que no se resolverán con operativos temporales pensados para cuidar la imagen durante el Mundial. Blindar zonas turísticas mientras colonias enteras siguen a merced de la delincuencia no es estrategia, es simulación.
El riesgo en 2026 es claro: Que el gobierno federal y los gobiernos locales utilicen el Mundial como cortina de humo. Que se privilegie la foto, el evento y el discurso, mientras se posponen las decisiones difíciles, que se confunda derrama económica temporal con bienestar sostenido, y presencia policial momentánea con seguridad real.
Desde Acción Nacional lo decimos con claridad, México y Jalisco no necesitan maquillaje, necesitan rumbo, necesitan gobiernos que digan la verdad, aunque incomode; que asuman responsabilidades, aunque cuesten; y que entiendan que el desarrollo no se mide por aplausos en un estadio, sino por la tranquilidad en los hogares, el empleo bien pagado y la confianza en el futuro.
El Mundial pasará. Lo que no puede pasar es la oportunidad de corregir el camino. 2026 debería ser el año de las decisiones serias, no del espejismo.