El 20 de abril de este año que agoniza, Domingo de Pascua, el Papa Francisco dirigió un mensaje “Urbi et orbi”, el último de su pontificado: Falleció al día siguiente. Y pensaba en estos días que haría falta su voz más que nunca en este diciembre. Alguien más lo pensó y retomó casi punto por punto por lo menos los dos últimos mensajes para el mundo de un santo padre: el Papa León XIV.
Releí el mensaje de la Navidad del año 2024, el de la Pascua 2025 y las coincidencias con el texto del 25 de diciembre pasado, son constantes, casi podría decir que totales, salvo porque el Papa León XIV añadió conflictos a la lista que se viene repitiendo desde hace tiempo y que, reitero, lejos de disminuir, lamentablemente aumenta: Palestina (“particularmente Gaza”), Líbano, Israel, Siria, Ucrania, Sudán, Sudán del Sur, Mali, Burkina Faso, República Democrática del Congo, Haití, Myanmar, Tailandia, Camboya; Armenia, Azerbaiyán, Yemen. Y las grandes regiones o continentes: Medio Oriente, América Latina, Oceanía, Asia, Cáucaso meridional, Balcanes occidentales, el Cuerno de África, la región de los Grandes Lagos…
En los dos últimos mensajes de Francisco y el primero en Navidad de León XIV, los llamados, exhortaciones e invitaciones, son al cese al fuego, a silenciar, a callar las armas, a detener el estruendo de la guerra; a tener audacia y valor para privilegiar el diálogo y llegar a acuerdos que terminen con guerras que asolan y destruyen.
Francisco escribió: “Quisiera que volviéramos a esperar que la paz es posible” y León XIV, como si de una continuación se tratara, dijo: “Hermanas y hermanos, este es el camino de la paz: la responsabilidad”.
Tanto en Navidad como en Pascua, los mensajes papales se centran en la esperanza, en la renovación del misterio del nacimiento de Jesús y en el misterio de la resurrección. Los conceptos asociados a estos misterios son profundos y poderosos más allá de las creencias religiosas de cada uno: “El amor venció al odio. La luz venció a las tinieblas. La verdad venció a la mentira. El perdón venció a la venganza” (Pascua 2025). Y “La obra de la justicia será la paz, y el fruto de la justicia, la tranquilidad y la seguridad para siempre” (Navidad 2025).
Los mensajes de los pontífices se dirigen a los fieles cristianos pero no sólo a esa gran comunidad en el mundo, sino a toda la humanidad y muy especialmente a los líderes políticos de las naciones más poderosas, a quienes tienen la responsabilidad de convocar al diálogo y llegar a acuerdos pero de verdad, no de utilería ni para la foto o el video en las redes sociales, no con este falso discurso de quienes se autonombran agentes de paz y al mismo tiempo lanzan misiles contra embarcaciones inermes en el Caribe.
No requerían decir nombres para identificar a los destinatarios del discurso: “En estos últimos días del Jubileo de la Esperanza –leyó León XIV en Navidad– pidamos al Dios hecho hombre por el querido pueblo de Haití, que cese en el país toda forma de violencia y pueda avanzar por el camino de la paz y la reconciliación. Que el Niño Jesús inspire a quienes tienen responsabilidades políticas en América Latina para que, al enfrentar los numerosos desafíos, se le dé espacio al diálogo por el bien común y no a las exclusiones ideológicas y partidistas”.
En el cierre del mensaje, el papa León XIV habló también de las responsabilidades de la humanidad en su conjunto: “En la oscuridad de la noche aparecía ‘la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre’ (Jn 1,9), pero ‘los suyos no lo recibieron’ (Jn 1,11). No dejemos que nos venza la indiferencia hacia quien sufre, porque Dios no es indiferente a nuestras miserias. Al hacerse hombre, Jesús asume sobre sí nuestra fragilidad, se identifica con cada uno de nosotros: con quienes ya no tienen nada y lo han perdido todo, como los habitantes de Gaza; con quienes padecen hambre y pobreza, como el pueblo yemení; con quienes huyen de su tierra en busca de un futuro en otra parte, como los numerosos refugiados y migrantes que cruzan el Mediterráneo o recorren el continente americano; con quienes han perdido el trabajo y con quienes lo buscan, como tantos jóvenes que tienen dificultades para encontrar empleo; con quienes son explotados, como los innumerables trabajadores mal pagados; con quienes están en prisión y a menudo viven en condiciones inhumanas. Al corazón de Dios llega la invocación de paz que brota de cada tierra […]” una “paz silvestre”.
El mensaje es recurrente, insistente, repetitivo, doloroso siempre. Expone en unas cuantas cuartillas las guerras que laceran al mundo y que dejan en evidencia la irresponsabilidad, la falta de humanidad, el egoísmo, las ansias de más poder y más dinero, de los líderes de las grandes potencias; la avaricia inconcebible mientras mandan a morir a su propia gente, a sus jóvenes; mientras dejan a padres sin hijos y a familias rotas, desmembradas; mientras matan a familias enteras. Y no omiten los conflictos individuales, personales, familiares.
Francisco dijo en Pascua: “Cuánta voluntad de muerte vemos cada día en los numerosos conflictos que afectan a diferentes partes del mundo. Cuánta violencia percibimos a menudo también en las familias, contra las mujeres y los niños. Cuánto desprecio se tiene a veces hacia los más débiles, los marginados y los migrantes. En este día, quisiera que volviéramos a esperar y a confiar en los demás […] pues todos somos hijos de Dios”.
Además del llamado a silenciar la guerra y callar las armas, a deponerlas, a propiciar el diálogo, en una exhortación sin fin que no cesará hasta que cese el fuego y brote esa paz silvestre parafraseada por León XIV, en los mensajes de ambos pontífices la apuesta es por la esperanza, una que no es evasiva y no defrauda, que es comprometida y responsabiliza; ambos apelan a la humanidad, a los valores cristianos, al amor al prójimo. Y se enfocan en los que menos tienen, en los que más sufren, en los humildes, en los perseguidos, esos a los que se unió Jesús como uno solo para cumplir con su misión de amor en el planeta. Esta es la esperanza y la invitación a la conciencia y responsabilidad social con los otros siempre, con la idea de que mejoren sus condiciones y su calidad de vida.
Con el deseo de que pasen una Nochevieja festiva, armónica y cálida, extiendo una afectuosa felicitación por el año que está por comenzar con la idea de que todo, para todos, vaya mejor; que volvamos a esperar que la paz es posible, desde la íntima y personal, hasta la del mundo entero.