Soy un convencido de la robustez y eficiencia de nuestro entramado electoral. Hasta el día de hoy (que se encuentra en riesgo), tenemos en su mayoría institutos electorales profesionales que permiten que nuestra democracia electoral funcione correctamente y aunque a algunas personas su costo pudiera parecerles elevado, este es ínfimo frente al costo de no tenerlos. Sólo basta recordar las épocas en las que la Secretaría de Gobernación hacía las veces de árbitro electoral y el Congreso de la Unión calificaba su propia elección.
Pero está construcción institucional no fue suficiente, ya que para garantizar el derecho de votar y ser votado, ejercer plenamente nuestro derecho al voto libre y secreto, garantizar los derechos político-electorales o dirimir la disputa entre personas, candidatas o partidos políticos, hubo la necesidad de crear tribunales que dirimieran las diferencias o garantizaran estos derechos. Así nacen los tribunales electorales locales y en el ámbito nacional, las salas regionales y la sala superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que es la última palabra en estas disputas.
Como en todo organismo jurisdiccional, habrá una parte vencedora y una vencida que, en la mayoría de las ocasiones, no estará de acuerdo con la decisión definitiva, pero que tiene la obligación de acatar dichas resoluciones y que permite tener una normalidad democrática-electoral plena.
En este tenor, hemos observado en el caso de Jalisco a comentaristas de la vida pública, reporteras y reporteros, academia y en charlas de café opinar y “predecir” el sentido de las sentencias de dichos tribunales en las elecciones a munícipes, Legislatura local y por supuesto, de la elección a la gubernatura del Estado; no puedo dejar de hacer una comparación que llega a la simpleza: Hay tantos pronósticos como el de estos días, por saber quién será el próximo entrenador del equipo de las Chivas del Guadalajara.
En uno de los partidos políticos se asegura con firmeza que la elección se repetirá y dan una serie de “argumentos” jurídicos, con una certeza que asusta, y enfrente, el partido ganador afirma que la elección está firme y no hay ningún riesgo de que se caiga la mencionada elección. En medio, toda una discusión de la comentocracia, según afinidades y deseos.
Por eso vale la pena hacer un llamado a la paciencia y prudencia, atributos escasos hoy en día; los tiempos de los tribunales están perfectamente establecidos y si bien pueden causar incertidumbres pasajeras por la cercanía con la que a veces estos resuelven algunos procesos electorales, no deberían sobredimensionarse. La persona ganadora debe de realizar toda su planeación previa a tomar el poder en tanto el Tribunal no diga lo contrario, sin descuidar los alegatos propios de una disputa institucional regulada.
Así que la construcción discursiva tratando de incidir en los tribunales sale sobrando, sólo abona al encono y parece en algunos casos como extensión de la campaña electoral que formalmente terminó el miércoles anterior al día de la elección.
Sin ánimo de mermar la plena libertad de expresión en quienes tienen los nobles oficios de informar o de opinar profesionalmente, también se agradece la responsabilidad en su ejercicio.