Hace unos días, muchos observamos estupefactos el desencuentro entre la dupla Donald Trump-J.D. Vance y el presidente ucraniano Volodímir Zelenski en la Oficina Oval de la Casa Blanca, en donde se dio una emboscada que derivó en una franca humillación que rompió con todos protocolos diplomáticos establecidos hasta ese día.
Muchas interpretaciones se han dado sobre dicho evento, pero en particular soy de la idea que el presidente estadounidense rompe o pone en riesgo ese frágil equilibrio mundial, no exento de intereses particulares en cada país, de intereses cruzados, de intrigas y de laberintos geopolíticos en el que en muchas ocasiones no tenemos, los simples mortales, la información suficiente. Pero aun así y con los elementos que tenemos a la vista, mi opinión es clara: Zelenski, a pesar de su debilidad política frente al mandatario Trump, hizo lo que dictaba la dignidad, no es negociable la integridad territorial ucraniana, ni se podían empeñar sus recursos naturales sin plenas garantías de un constante y decidido apoyo militar.
El que cambia las reglas es Trump, al acercarse peligrosamente al presidente Putin, que reconozcamos, se ha convertido en un verdadero dictador y que ponen en riesgo las relaciones con la Unión Europea, teniendo además a la República Popular de China que observa como su principal aliado y se acerca peligrosamente a su contraparte económica natural como lo es Estados Unidos, mientras Latinoamérica intenta resistir los arrebatos del vecino del Norte que impone aranceles y políticas migratorias que aprietan la economía de nuestras naciones.
Lo que resulta inverosímil, es la facilidad con la que de pronto, Rusia y Estados Unidos parecen dispuestos a dinamitar ese equilibrio endeble, ficticio a veces con fronteras inventadas, pero que sirvió para poner fin a la peor guerra que ha vivido la humanidad y que desterró (al menos en un largo lapso, hoy en riesgo) al nacismo y los fascistas que tanto daño le hicieron al planeta.
Europa batalla con sus luchas internas para que sus democracias no sucumban ante los aires del populismo extremo que los acecha y, a la vez trata de manera apurada de cohesionarse política y militarmente en torno a la defensa de Ucrania, entendiendo que, si cae Kiev, en el corto o largo tiempo todos se encontrarán en riesgo. Puedo parecer exagerado, pero la historia no miente y siempre hemos sido proclives a repetirla.
Ojalá, la sensatez europea predomine y siga siendo garante de los equilibrios planetarios.