Nadie puede negar la popularidad de la presidenta Claudia Sheinbaum. Es la candidata más votada en la historia de México con poco menos de 36 millones de votos, superando por amplio margen a su predecesor Andrés Manuel López Obrador. Tampoco es posible poner en duda su amplia aceptación entre la ciudadanía. Después de sus primeros seis meses, su nivel de aprobación ronda el 80% y la revista Forbes la colocó como la cuarta mujer más poderosa del mundo, considerándola “un punto brillante en un panorama político actual cada vez más oscuro para las mujeres”.
Sin duda, este esquema debe ser envidiado por buena parte de las y los ejecutivos nacionales del planeta. Para botón de muestra, el presidente Donald Trump tiene la popularidad más baja de un presidente norteamericano en casi un siglo, o de buena parte de las y los dignatarios de Europa o América Latina, que pagan el costo del desgaste en el ejercicio público.
Sin embargo, todos estos atributos en la presidenta no son proporcionales con la capacidad de operación política interna que tiene con su partido, con sus aliados y con las y los gobernadores del país, que parecen empeñados en hacerle saber que a pesar de encarnar la posición políticamente de mayor relevancia en el país, eso no le garantiza el total apoyo a sus proyectos o decisiones.
También habrá que decir que este esquema no es actual. Manlio Fabio Beltrones y Emilio Gamboa Patrón en su actividad como coordinadores parlamentarios, tuvieron por casi tres sexenios un poder que les convirtió en un factor de poder y que obligó a Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, a negociar con ambos para hacer avanzar sus iniciativas en el Congreso de la Unión a cambio de prerrogativas políticas que usaron por años en beneficio propio y de sus facciones.
Regresando a la presidenta Sheinbaum y el decidido apoyo de Andrés Manuel López Obrador para lograr la candidatura presidencial por encima de Ricardo Monreal, Adán Augusto López y Marcelo Ebrard, el primero fue francamente humillado en varias ocasiones por el expresidente y la candidata; el segundo guardó prudente discreción y el tercero, acabó siendo ortodoxo para poder mantenerse vigente, colocándose los tres en posiciones de relevancia como lo son las coordinaciones parlamentarias en el Congreso de la Unión y la Secretaría de Economía, que tiene alta relevancia en los tiempos actuales. Adicionalmente a este esquema, el líder real de la 4T colocó a su incondicional Luisa María Alcalde como dirigente del partido y a su hijo Andrés Manuel López Beltrán en la Secretaría de Organización. Toda esta estructura funciona complejamente entre intereses particulares y de grupo, teniendo como guía a AMLO, dejando a la presidenta en una incómoda posición en la que ha sido exhibida en más de una ocasión, siendo la última la iniciativa de modificación de los estatutos de Morena, en la que se pretendía prohibir las campañas anticipadas o promociones personales al límite o flagrantemente violentando la norma electoral, y que se votaría este fin de semana pasado en su Consejo Nacional, siendo eliminada de última hora sin mayor explicación, en una derrota a la presidenta en su propio partido, ya que era el origen de esta iniciativa era de ella.
Así ha sucedido con varias iniciativas enviadas por la presidenta o que tienen origen en su grupo político, que han sido modificadas o colocadas en la congeladora legislativa. Por ejemplificar, la iniciativa de evitar el nepotismo o en situaciones políticas como la férrea defensa de Cuauhtémoc Blanco, exgobernador de Morelos, acusado de ser un violentador de mujeres que fue arropado por sus pares y aliados de la mayoría parlamentaria para conserva el fuero, y con esto evitar enfrentar la justicia en condiciones de ciudadano común.
Así que ni la popularidad, ni las virtudes políticas para enfrentar el vendaval de Trump, le han dado a la presidenta la posibilidad de tomar las riendas del país y esto no es una buena noticia mientras la toma de decisiones siga pasando por el invisible pero muy presente expresidente de la república.