Imagina, por un momento, el inicio de la vida. En el intrincado mundo de la biología molecular, existen unos directores de orquesta diminutos pero poderosos: los genes maestros. Son como las primeras llamaradas que encienden la construcción de todo un ser humano. No hacen el trabajo solos, pero con una señal precisa y oportuna, activan una sinfonía de otros genes que, en conjunto, dan forma a nuestros órganos, tejidos y sistemas. Su labor es silenciosa, casi invisible, pero su influencia es profunda, marcando el destino de cada ser.
Ahora, traslademos esa imagen al mundo de la educación en salud. Aunque no estén codificados en nuestro ADN, también existen “genes maestros” de carne y hueso: los docentes. Mujeres y hombres que, día tras día, con entrega y vocación, hacen mucho más que enseñar contenidos. Ellos despiertan convicciones dormidas, avivan propósitos y encienden ideales que dan sentido a la vocación profesional.
No todos los que aspiran a ser médicos, enfermeros, psicólogos o nutriólogos llegan con una misión clara. Pero en algún momento clave —quizás en una clase reveladora, una guardia extenuante o una conversación sincera— alguien da esa señal vital. Un gesto amable, una frase inspiradora o una exigencia justa puede convertirse en el punto de inflexión que transforma una trayectoria.
Así como los genes maestros necesitan un entorno favorable para expresarse, los maestros también requieren condiciones que les permitan florecer. Y a pesar de los retos —burocracia, agendas saturadas, ritmo acelerado— persisten. Siguen siendo brújulas que guían no solo el conocimiento, sino la ética, la empatía y el compromiso social. Activan lo mejor de cada generación, dejando una huella imborrable sin buscar reconocimiento.
Este Día del Maestro es más que una fecha en el calendario. Es un recordatorio de que, sin estos activadores humanos, las aulas estarían vacías de sentido. Son ellos quienes moldean, con cada clase y cada ejemplo, a los profesionales que tomarán decisiones críticas para la salud de nuestra sociedad.
Hoy, estas palabras son un abrazo de gratitud a quienes han dejado una marca en nuestro camino. Por ustedes soy, agradezco su guía en mi camino y enseñarme a forjar mi propio destino. Gracias por encender, una y otra vez, la vocación que mueve al mundo: cuidar la vida.