En tiempos en los que la prisa parece regir nuestras rutinas, la comida se ha convertido, para muchos, en un acto solitario, automático y sin pausa. Comemos frente a pantallas, de pie en una cocina o mientras seguimos trabajando. Pero esta desconexión con el acto de alimentarnos se ha convertido más allá de una ruptura con la tradición, en una amenaza silenciosa contra nuestra salud.
Diversos estudios han documentado los beneficios de comer en compañía. Compartir la mesa con otros —ya sea en familia, entre amistades o en entornos comunitarios— fortalece la salud emocional, mejora los hábitos alimentarios e incluso favorece la digestión. La conversación pausada, la atención al otro y el ritmo compartido del acto de comer generan un entorno que promueve no solo el bienestar físico, sino también el psicológico y social.
En el caso de niñas, niños y adolescentes, comer acompañados de sus cuidadores además de fomentar una mejor nutrición se convierte en un espacio de vínculo, aprendizaje y seguridad. Para las personas mayores, representa un escudo contra la soledad, un factor de riesgo cada vez más reconocido en salud pública. Y en entornos laborales o escolares, la comida compartida puede convertirse en una oportunidad de cohesión, escucha y cuidado mutuo.
La mesa —entendida no solo como mueble, sino como símbolo— tiene la capacidad de convertirse en un espacio terapéutico, restaurativo. Un espacio de encuentro donde no solo se reparten alimentos, sino también palabras, emociones, afectos y memorias.
En un país como México, donde los índices de enfermedades crónicas relacionadas con la alimentación siguen en aumento, promover la alimentación saludable debe ir más allá de los nutrientes y las calorías. Implica también rescatar el valor social del acto de comer, reapropiarnos de la mesa como un espacio cotidiano de cuidado colectivo. Comer juntos puede ser un gesto radical de salud.
En este regreso a lo esencial, vale la pena preguntarnos: ¿Cuándo fue la última vez que compartimos una comida sin prisas, sin pantallas, solo con la presencia del otro como centro? Tal vez, más que una dieta milagro, necesitamos más mesas llenas de compañía.