En un mundo donde los avances científicos permiten cultivar alimentos en desiertos, imprimir carne en laboratorios y transportar productos al otro lado del planeta en menos de un día, hablar de hambruna parece una ironía brutal. Y sin embargo, aquí estamos: el hambre no solo persiste, sino que se intensifica en las orillas más vulnerables del planeta.
Gaza es hoy un grito que atraviesa fronteras. Allí, la hambruna no es solo una consecuencia del conflicto, es un arma. Los informes más recientes advierten sobre una catástrofe alimentaria sin precedentes. El alimento, que debería ser un derecho, se convierte en rehén.
Pero no hace falta ir tan lejos para hablar de desigualdad alimentaria. En México, país orgulloso de su vastísima tradición culinaria y su poderosa industria agroalimentaria, más de 12 millones de personas sufren desnutrición crónica, muchas de ellas niñas y niños en regiones rurales o indígenas. En contraste, toneladas de comida se desperdician diariamente en supermercados, eventos y cadenas de restaurantes.
¿Cómo puede haber hambre en un país que exporta aguacates, berries, carne y cerveza a medio mundo? La respuesta es incómoda: la industria alimentaria no está diseñada para alimentar a todos, sino para generar ganancias. Se cultiva lo que es rentable, no lo que es necesario. Se invierte en ultraprocesados baratos, no en el acceso equitativo a frutas, verduras o proteínas saludables.
Frente a esta realidad, el hambre no es falta de comida: es falta de justicia.
Hablar de hambruna y desnutrición en pleno siglo XXI es hablar de estructuras de poder, de modelos económicos, de guerras, de intereses y de políticas fallidas. El derecho a la alimentación no se garantiza con discursos ni con donativos esporádicos. Se construye con voluntad política, con sistemas alimentarios sostenibles y con redistribución equitativa de los recursos.
Mientras el mundo mira a otro lado, millones de personas enfrentan cada día la decisión de a quién darle de comer. La pregunta que nos toca responder es: ¿cuánta hambre más toleraremos antes de actuar?