En la conversación cotidiana sobre la salud, solemos hablar de alimentación balanceada, ejercicio físico, prevención de enfermedades crónicas o atención médica oportuna. Sin embargo, existe un pilar fundamental que rara vez ocupa el centro del debate: el sueño. Dormir bien no es un lujo ni un asunto de comodidad, es un determinante directo de la salud física, mental y social.
La evidencia científica es contundente: la falta de sueño está asociada a un mayor riesgo de obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares y deterioro del sistema inmunológico. En el ámbito mental, las consecuencias son igualmente severas: depresión, ansiedad, irritabilidad, pérdida de concentración y deterioro de la memoria. A pesar de ello, nuestra cultura sigue celebrando la productividad a costa del descanso, como si dormir poco fuera sinónimo de disciplina o éxito.
En México, los datos son preocupantes. Diversos estudios reportan que más del 40% de la población duerme menos de lo recomendado (7 a 9 horas en adultos). El uso excesivo de dispositivos electrónicos antes de dormir, jornadas laborales extensas, ruido urbano y estrés crónico conforman un entorno hostil para algo tan básico como descansar.
La falta de sueño no solo afecta a nivel individual; se convierte en un problema de salud pública. Personas con déficit de descanso cometen más errores laborales, tienen más accidentes de tránsito y muestran un desempeño académico y profesional disminuido. El costo económico de este fenómeno, aunque poco visibilizado, es enorme.
Necesitamos un cambio cultural y político que ponga al sueño en la agenda de salud pública. Así como se promueven campañas para la vacunación o la prevención de la diabetes, urge abrir el diálogo sobre la higiene del sueño: regular horarios, educar en escuelas, promover entornos laborales más saludables y reducir la exposición a pantallas en horarios nocturnos. Dormir bien no es perder tiempo: es ganar vida, productividad y bienestar.
Recordemos que una sociedad descansada es también una sociedad más sana, más creativa y más resiliente. Dormir es un derecho biológico; negarlo, consciente o inconscientemente, es hipotecar nuestro futuro en cuotas de cansancio.